Alma desnuda: POETA ALFONSINA STORNI

Por Carlos Rivera – El Montonero


La madrugada del 25 de octubre de 1938, y con una torrencial lluvia en el cielo de Mar de Plata, la poeta argentina Alfonsina Storni tomó su mejor vestido y dirigió sus pasos hacia un viaje sin regreso a la playa La Perla donde se ubicaba el Club Argentino de Mujeres. Esperó el mejor momento para entregarse a la furia de las aguas y su rumor de muerte. Discreta como una nube solitaria o una mariposa en su último aleteo. Los dolores del cáncer de mama y los padecimientos que la torturaban desde niña –como la muerte temprana de su padre y, ya mayor, el suicidio de su gran amigo Horacio Quiroga, el 19 de febrero de 1937– precipitaron ese doliente camino. Solo dejó este poema, titulado “Voy a dormir”:

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Ariel Ramírez y el escritor Félix Luna compusieron en 1969 esta zamba, “Alfonsina y el mar”, cantada por la inmortal voz de Mercedes Sosa (y de cientos de artistas de alto rango vocal y fama). La canción resume el último poema de la suicida, la depresiva sustancia de esta alma desgraciada que quiso partir de este mundo dejándonos su resplandeciente poesía, pero con una posdata: la ofrenda de su torturado cuerpo. Pocas canciones son tan bellamente melancólicas (en el punto esencial de su historia) y los muchos cantantes que la interpretaron dieron lo mejor de sus talentos para estar al nivel de su tétrica hermosura (el romance de una mujer con la luz de su fuego creador que también era su tumba). A pesar del asunto capital de la muerte en la composición prevalece una belleza estoica, fantástica más allá del cuerpo exangüe de nuestra poeta:

Cinco sirenitas te llevarán
Por caminos de algas y de coral
Y fosforescentes caballos marinos harán
Una ronda a tu lado
Y los habitantes del agua van a jugar
Pronto a tu lado.

Se puede sentir el latido del mar, una ilusión anhelante de seres marinos dispuestos a rendirle a la poeta todos los honores que merecía, pero en clave de travesura. Una figura literaria sublime y consoladora como el cielo de los cristianos o el nirvana de la filosofía shramánica. El alma no se va.

He cantado miles de veces esta canción. He caído de cara –y a pura pena- cuando vi el video de YouTube en octubre del 2009, en el que despiden a Mercedes Sosa en el salón de los Pasos Perdidos de la Cámara de Diputados de Argentina y de pronto la fila de visitantes entonó a capela “Alfonsina y el mar”, y las voces parecen coronas de amor y respeto sobre el ataúd sagrado de la voz de América. 

En un viaje a Lima cuando era un impetuoso joven izquierdista de 19 años, (tiempos de casetes y walkmans) me llevé el repertorio de la Sosa y repetí esa melodía miles de veces aprovechando las 17 horas de pista. Me imaginaba a la Storni diluyendo su humanidad en el mar y a veces llegaba hasta las lágrimas porque eran épocas depresivas: las primeras decepciones de un joven pobre que quería vivir sus ilusiones solo que se le escabullían de las manos alejando un provechoso porvenir. Así me iba susurrando y pegado a la ventana del bus llegando a la capital con todos mis sueños (sueños que nunca se cumplieron hasta ahora) con todas mis ganas de hallar amigos (no encontré ninguno) y sacrificarme por trabajo y pan (pero esa ciudad nunca me dio una oportunidad). Todos han triunfado en Lima menos yo y mi solitaria voluntad. 

He leído a la Storni y me enamoré de sus bellos ojos, de su porte de mujer firme, de su cara redonda y su pena tatuada en la piel como cuando algunas mujeres me miran y preguntan por mis ojos afligidos. He recorrido sus versos rebeldes y románticos como este: 

Te ando buscando, amor que nunca llegas, 
Te ando buscando, amor que te mezquinas, 
Me aguzo por saber si me adivinas, 
Me doblo por saber si te me entregas.

He vivido la muerte de cerca, he caminado contra la propia tragedia de mis equivocaciones. Uno no se convierte en el personaje de sus deseos. Tantas veces fracasé. A veces las fuerzas ya no dan más y el espíritu se quiere escapar en un vómito de sangre, pero vuelvo a la batalla mutilado y tendré que intentarlo de nuevo. He saboreado la traición y el asco de mis conocidos por mi cuestionada reputación. Los he visto celebrando sobre mi “cadáver” como si yo fuera algún ser importante y no soy más que un ingenuo hombre, apasionado. Ahora tengo el tesoro de las palabras: la clave de mis sentidos poéticos bien claros. 

Vuelvo casi siempre a esta canción y perviven su originalidad, el arte de las piezas literarias bien organizadas al compás de los instrumentos. La perfección. Alfonsina Storni no fue una poeta que revolucionó el canon ni una feminista criticando los poderes del statu quo sino una artista que lo dio todo. Una poeta que amó hasta el último día de su vida entregándonos su repertorio ardoroso de palabras. Su mejor arte era vivir la vida y resistir. Mirarle cara a cara a la tragedia y crear desde las fibras de una agonista. Y cuando dio lo necesario decirle adiós al mundo con sus versos “vestida de mar” o como un “Alma que como el viento vaga inquieta/Y ruge cuando está sobre los mares/ y duerme dulcemente en una grieta”. 

A veces la belleza tiene forma de dolor.

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