EL PODER DE LOS REZOS Y LAS BENDICIONES

Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

Mamá siempre decía, “reza al Ángel de la guarda”; en la iglesia siempre repetían, “reza al Padre Nuestro”; y cuando estaba solo y triste en el templo de rodillas oraba un “Ave María” y creía que el mundo era maravilloso en esos momentos, realmente lo creía.

HOY CONOCÍ EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

Ha pasado el tiempo, he dejado de ser niño y veo el mundo con ojos distintos, mi forma de pensar ha cambiado y también mi forma de sentir cada acontecimiento en la vida.

Antes veía un sol amarillo y verdadero saliendo detrás de unas hermosas montañas, ahora contemplo otro sol maravilloso abrigando con su calor a mis hermanos en la tierra. Es cierto, he cambiado mucho y a la vez soy el mismo. Ahora le doy un significado distinto a cada una de las experiencias que me tocan vivir, ahora conscientemente me convenzo de que vivo la existencia más preciosa; antes solamente vivía una experiencia hermosa. Antes fui feliz porque mi esencia guiaba mis pasos hacia la luz, ahora soy feliz porque hallé un día mi conciencia extraviada y porque la limpié de aquella cólera, ira e indiferencia que la lastimaban.

Hoy tengo la alegría de contemplar el verdadero sol al levantarme. Hoy tengo la fortuna de no tener miedo a la crítica de la gente y de poder hablar en silencio.

Ser feliz es el producto de muchas decisiones que tomamos y del constante aprendizaje y es el fruto final de aquel entrenamiento muchas veces involuntario al cual nos hemos sometido para seguir existiendo.

La vida es un milagro y a la vez es una bendición, una obra maestra en donde se conjugan tanto el respeto a cada una de las experiencias vividas como la perseverancia por no dejarse ganar por las luces de fantasía de la adversidad.

Cada rezo y oración que regalamos son un nuevo encuentro con una parte de nuestra naturaleza, aquella que se aleja del mundo físico de los sentidos y que se adentra en el mundo no percibido de la esperanza y la fe.

Creer más allá de lo que vemos es una responsabilidad ineludible. Desafiar los linderos de la razón y de los cánones establecidos una obligación que no podemos dejar de lado.

Si desarrollamos poco a poco, paso a paso, la virtud de la perseverancia en la creencia del bien no solo personal sino también social, el eslabón entre lo temporal y lo eterno en nuestras vidas aparecerá.

En verdad somos seres eternos con una existencia física finita, somos creadores de vida y una pieza única en el organigrama perfecto del desarrollo de la humanidad.

Cada uno de nosotros, seres humanos de carne y hueso, somos creadores de este mundo que compartimos. Somos creadores de un mundo que no es absoluto sino más bien relativo, un mundo que se crea con el pensamiento que desarrollamos, un mundo que es único e indivisible y que cada uno lo percibe, lo describe, lo vive y lo interioriza de un modo distinto.

¡Qué regalo más grande nos ha dado Dios, un regalo que nos permite a cada uno de nosotros tener la capacidad de crear un mundo de nuevo con la sola percepción de nuestros sentidos y con la magia de nuestra conciencia al hacerla parte de nuestra razón!

Si pudieras creer en todo aquello que digo y tuvieras fe, entonces entenderás lo importante que es desear el bien y regalar a tu paso por los senderos de la existencia rezos, oraciones y bendiciones.

Vivimos tiempos difíciles, tiempos en donde la solidaridad ha quedado enterrada, una época en la cual los hábitos destructivos del ser humano son como el pan nuestro de cada día; entiendo la desesperanza de muchos más yo vengo y digo: “por más difíciles que sean las circunstancias y los momentos que vivas, ¡no decaigas!, ¡no desfallezcas!, recuerda, es nuestra obligación tener fe y esperanza con el único fin de ver nacer de nuevo el mundo en el cual vivimos”.

El mundo vuelve a nacer con cada nuevo amanecer. Las hojas de los árboles se secan, caen y luego alimentan con amor las tiernas raíces de aquellos árboles que cada nueva primavera se vestirán de verde para gozo de todos aquellos que vivimos en ese inmenso huerto llamado planeta Tierra.

Toda experiencia poco fortuita debiera alimentar nuestro cuerpo y debiera de regalarnos la hermosa oportunidad de encontrarnos con nuestras raíces y de agradecer esos momentos a través de los cuales podamos construir conscientemente los conceptos que guíen nuestro paso por el mundo: paz, bondad y dulce felicidad.

Debemos detener nuestro caminar en el oasis de la comprensión, debemos de aclarar nuestras ideas cuando nos hallemos en momentos de confusión. Debemos también de cultivar el arte de rezar y de regalar un par de bendiciones a los viajeros que se hallan deambulando al igual que nosotros por los senderos extraviados de la desunión.

Comprender el arte de la vida significa infinitamente dar, también significa protegernos emocionalmente ante el embate de las agresiones de la sociedad que pregona el individualismo y la sumisión a un sistema sin respeto por el derecho que tenemos a escucharnos y debemos, ya en paz y en comunión personal, desarrollar el arte de la autoestima y la vitalidad.

¡La vida no es un bien que se pueda negociar! La vida es un jardín donde puede crecer la flor más hermosa y es a la vez el terreno propicio en donde puede desarrollarse el más miserable sentimiento de destrucción.

Nuestra vida es el mejor terreno de cultivo y cada uno de nosotros pudiera ser el mejor de los agricultores o el peor de todos. Seremos los peores si dejamos que crezcan en ésta tanto los pensamientos nobles como los sentimientos de vanidad; seremos negligentes si no controlamos el crecimiento de los anti valores y si no protegemos de la mala hierba a las virtudes desarrolladas en nuestra temprana infancia.

Es nuestra obligación capital sembrar constantemente en nuestro campo de cultivo interior conceptos de desarrollo personal como: seguridad, coraje, optimismo, deseo de superación ante los conflictos y capacidad de manejo emocional ante las pérdidas y la frustración. A la vez debemos de extraer de nuestro fértil campo de desarrollo personal conceptos que nos van matando día a día como: pesimismo, actitud conflictiva, sentimientos de minusvalía personal, rencor, egoísmo y vanidad.

Para lograr lo antes señalado debemos de aprender a mirar “el interior” y aprehender que tenemos la capacidad de reconstruir nuestra vida en base a la conciencia crítica del momento vivido.

Podemos caer, nos podemos levantar. Si regalamos bendiciones y actuamos noblemente con las personas que nos rodean entonces podremos erradicar poco a poco la violencia escondida que tenemos y a las cuales muchas veces llamamos “razón”; razón para juzgar a la gente y para no comprenderla, razón para vivir encasillado en los conceptos sociales de que somos seres limitados y dependientes.

En verdad, la vida es una fuente de agua interminable de donde brotan las gotas más nobles de paz y bondad.

Dejemos de desarrollar conceptos magros sobre lo que realmente somos y sobre lo que son los demás, ¡ellos también son seres de bien!; escúchalo bien ¡tú, yo, somos seres de bien!, personas que muchas veces nos equivocamos pero que deseamos inmensamente abolir del corazón de aquellos que perdieron la luz de la esperanza los razonamientos falsos de que no podemos llevar a cabo el proceso de volver a nacer.

Volvemos a nacer cuando despertamos el poder de creer en nuestro corazón. Volvemos a nacer rezando de noche a nuestro Ángel de la guarda o agradeciéndole el regalo de la vida a Dios con un sentimental Padre Nuestro. Volvemos a nacer en paz y bondad para el mundo que nos rodea cuando sembramos en cada uno de esos corazones latientes y confundidos un beso de bendiciones que nos traen el recuerdo del amor más tierno de nuestros padres en la infancia; y volvemos a nacer cuando recordamos que somos seres de bien acurrucados infinitamente en un mundo de amor.

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