¡ADMIRABLE INTERCAMBIO!
Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa
Llegó la Navidad que, junto con la Pascua, son las dos fiestas más importantes del año litúrgico y de nuestra vida cristiana. En la Navidad no solamente celebramos un año más del nacimiento de Jesús, acontecimiento que ha marcado la historia de la humanidad, sino que, al celebrarlo en la liturgia, ese acontecimiento supera los límites del espacio y del tiempo y se hace presente para nosotros en el hoy de nuestra historia. Como hace unos años dijo el Papa Benedicto XVI: «la celebración de la Navidad nos renueva la certeza de que Dios está realmente presente con nosotros, todavía “carne” y no sólo lejano. Aun estando con el Padre, está cercano a nosotros. En ese Niño nacido en Belén, Dios se ha acercado al hombre y nosotros lo podemos encontrar ahora, en un “hoy” que no tiene ocaso» (Audiencia general, 21.XII.2011). Así, también en esta Navidad todos tenemos la posibilidad de acoger a Jesús para que, entrando en nosotros, renueve nuestra vida y la transforme destruyendo en nosotros la muerte y haciéndonos partícipes de su propia vida divina que no tiene fin.
San Pablo dice que Jesús, «siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo» (Flp 2, 6-8). El creador de todo lo que existe viene a este mundo y no tiene dónde nacer. El Rey de reyes y Señor de señores no nace en un palacio ni en una corte real sino en un establo, sin más compañía que un humilde carpintero y su joven esposa, pobres los dos. ¡Admirable intercambio!, exclama la Iglesia desde la antigüedad: Dios se hace pequeño para hacernos grandes, se hace pobre para enriquecernos, toma de lo nuestro para darnos de lo suyo, desciende hasta nosotros para elevarnos hasta Él, toma nuestra naturaleza para hacernos partícipes de la suya, entra en el tiempo para introducirnos en la eternidad. ¿Cómo no darle gracias a Dios por tan inefable don?
La señal de que Dios ha entrado en el mundo es «un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Mc 2,12). El centro de la Navidad es Jesús, que ha venido y viene para salvarnos. En Él, y a través suyo, Dios inicia una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo (cfr. 2Cor 5,17). Salgamos de nuestra concupiscencia y vayamos al encuentro de Jesús. Acojamos el regalo que Dios nos hace de su propio Hijo. No nos dejemos distraer por aquello que, en su propio origen, tiene por finalidad ayudarnos a vivir la Navidad en su verdadero sentido. No nos fabriquemos una alegría artificial, cuando podemos acoger la verdadera alegría que sólo Dios nos puede dar, la alegría que perdura más allá de la fiesta. No hagamos de los medios un fin. Dejemos que el centro del encuentro familiar de la Nochebuena sea Jesús y que los regalos que podamos dar o recibir nos hagan presente el regalo que Dios nos hace en su Hijo. Roguemos al Señor que nos ayude a ver más allá de las luces destellantes de los comercios y los fuegos artificiales, hasta encontrar la única luz capaz de disipar las tinieblas que tantas veces cubren nuestro corazón.
¡Feliz Navidad para todos!