El primer siglo del A.P.R.A.

Por Javier Valle Riestra El Montonero

FUNDADO POR HAYA DE LA TORRE

I

Entramos victoriosos a nuestro centésimo año los apristas y todos los discípulos ideológicos que deja desde 1924 el influjo ideológico de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) y del Partido Aprista Peruano. Sí. Desde que fuera fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, como movimiento (México, 7 de mayo de 1924) y como partido (1931) su influencia ha sido y es trascendental para Indoamérica. El Perú de hoy es un ser político totalmente diferente al anterior a 1924. Revisemos la lista de los partidos existentes en los últimos cien años –me autoprorrogo en el cálculo, en dos siglos— y ninguno ha tenido vigencia como el APRA. En ese bicentenario, desde 1824, computaremos para dejar constancia que todos los partidos y partiduchos con líderes efímeros, verdaderos clowns, no dejaron huella. Aunque en el siglo XIX hubo conatos de movimientos partidistas con ideas de liberalismo y conservadurismo, como San Martín y Monteagudo que fundaron la Sociedad Patriótica (1822); Pedro Gálvez del Club Progresista (1851). Pero con Manuel Pardo del Partido Civil o “partido de la oligarquía”, fundado en 1871, se marca el inicio de los partidos en el Perú, pero fue asesinado en 1876, al ingresar al Senado, al que pertenecía, luego de haber sido jefe de Estado. Nicolás de Piérola lidera el Partido Nacional (1882) y después el Partido Demócrata (1884) o “partido de masas” en oposición al civilismo; José Medina y Miguel Iglesias, encabezaron el Partido Liberal (1882); Andrés Avelino Cáceres con su Partido Constitucional (1885). Todos esos partidos llevaron al poder a sus fundadores y líderes como Manuel Candamo (1903), sin biografía histórica. Leguía dos veces presidente, pero abandonó el civilismo para fundar el Partido Demócrata Reformista (1919). Manuel González Prada con sus ideas anarquistas lideró el Partido Unión Nacional o Partido Radical (1891), en su discurso del teatro Politeama de 1898 intentó aglutinar a nuevas generaciones con su lema ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!. Sobrevivieron organizaciones sin caudillos y sin masas. Del siglo XIX quedaron así embalsamados y sin destino. 

II

La cosa se agravó con la muerte de Nicolás de Piérola (1912), fundador del Partido Demócrata. Las masas ya habían desaparecido, volvieron a figurar (pero temporalmente) hasta el golpe nefasto contra Augusto B. Leguía (1930) quien al ser derrocado fue internado en la Penitenciaría de Lima, donde murió enfermo (1932). Fue sucedido por una hez de la política peruana: el siniestro analfabeto, comandante Luis M. Sánchez Cerro presentándose a las elecciones de 1931 con el Partido Unión Revolucionaria, pero Abelardo Mendoza Leyva lo asesinó en el Campo de Marte (1933). La UR fue una organización fascista, seguidor de Musolini, por eso pereció sin dejar ninguna herencia. Lo reemplazó Oscar R Benavides, soldadote que se hizo autoelegir jefe de Estado, hasta las seudoelecciones de 1939. Desde entonces el Perú está en crisis. Lo único que sobrevive es el APRA que este año cumplirá su centésimo aniversario, repito. Lo existente fuera del PAP es ilusión y pesadilla, han perecido; por eso, en los próximos comicios que se anuncian, también, fraudulentos, aparecerán efímeros politicastros de partiduchos que yacen en su tumba política y fétida. Por eso es que debemos tener fe en el aprismo que, si bien no tiene hoy la talla gigantesca de Víctor Raúl, Seoane, Sánchez, Cox, Heysen, Villanueva del Campo, etc., tiene un nombre que apuntala a la herencia de Haya. Vaticino que habrá un segundo centenario del PAP que arrasará con partidos que son etiquetas en botellas vacías. La historia recomenzará con un APRA liberal, anti-imperial, ultrademocrática, enemiga a muerte del militarismo –no de los militares— y de los seudo oligarcas payasos. Tendremos un régimen tricameralista (Diputados, Senadores y Censores) e instituciones constitucionales verosímiles con un espíritu regenerador frente a la canalla derechista que debe quedar bien muerta y putrefacta. En todos estos años mi aprismo se ha fortalecido y mantengo mi convicción incuestionable que sostuve en 1962: “es muy difícil ser aprista durante los años convivenciales pero, también, es verdad que más difícil es dejar de serlo”.

III

Vamos a la lucha. Los jóvenes y los viejos, sobre todo estos últimos. Si los jóvenes se acobardan, llamaremos a los ancianos que tienen la entereza del sacrificio y la lucha.

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