La beata sor Ana de los Ángeles
Javier Del Río Alba Arzobispo de Arequipa
EL PASTOR
El miércoles pasado, 10 de enero, hemos celebrado la fiesta de la beata sor Ana de los Ángeles Monteagudo, primera flor de santidad surgida en nuestra Iglesia en Arequipa y reconocida en la Iglesia universal. Ana nació a inicios del siglo XVII y, como algunas familias hacían en aquellos tiempos, siendo todavía pequeña sus padres la entregaron a al monasterio de Santa Catalina de Sena, fundado algunas décadas antes en nuestra ciudad, para que las monjas le brindaran la primera educación católica. Viviendo con ellas, la niña sintió la llamada de Dios a consagrar su vida en esa comunidad religiosa, de modo que cuando terminó su tiempo de formación no quiso permanecer en casa de sus padres sino volver al monasterio, lo que en efecto hizo pese a la disconformidad de su madre. Aparentemente los primeros años de la adolescente Ana entre las monjas fueron muy duros, pero se mantuvo firme en su decisión y los vivió de modo ejemplar.
Su fidelidad a Dios y a la regla del monasterio hicieron que sor Ana se ganase el respeto y aprecio de la comunidad. Así, fue nombrada maestra de novicias, es decir encargada de formar a las candidatas a monjas, y algunos años después fue elegida priora de todo el monasterio, aunque esto último no fue del agrado de un grupo de sus compañeras. Esta falta de conformidad se hizo más evidente en la medida en que sor Ana comenzó a dar los pasos para recuperar el orden y la disciplina que un grupo de monjas había perdido y existía el riesgo de que llevaran a la relajación a todo el monasterio. Nuestra beata tuvo que tomar decisiones drásticas para renovar la vida y la fe de la comunidad monacal, lo cual le causó muchos problemas pero poco a poco comenzó a dar frutos. Al mismo tiempo, la madre Monteagudo fue creciendo en misericordia y discernimiento. Son conocidas su continua intercesión por las almas del purgatorio, su celo por la evangelización de los indígenas y su generosidad con los menesterosos. Es sabido también que muchas personas doctas acudían a ella en busca de consejo.
La muerte de sor Ana fue igualmente ejemplar. Años antes había quedado ciega y comenzado a sufrir de otros males y dolores, que supo llevar con paciencia y mansedumbre como un modo de unirse más a Cristo crucificado. Han pasado más de tres siglos desde entonces y nuestra beata sigue acompañando a la Iglesia en Arequipa con su testimonio de vida, sus enseñanzas e intercesión. Numerosas personas acuden a ella para obtener gracias de parte de Dios y experimentan ser escuchadas. Conozco a varios matrimonios que no podían tener hijos y que, después de acudir a ella, los han tenido. Como dijo san Juan Pablo II en la Misa en que la beatificó, celebrada en Arequipa el 2 de febrero de 1985: “Sor Ana de los Ángeles confirma con su vida la fecundidad apostólica de la vida contemplativa en el cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia”. Es la fecundidad de aquellas jóvenes que, también en nuestros días, siguen acogiendo la llamada de Dios a la vida de clausura y viven en el Monasterio de Santa Catalina o en los otros monasterios que tenemos en Arequipa.