Piñera y una derecha culta y principista
Por Juan Sheput – El Montonero
VALORES Y CULTURA SON FUNDAMENTALES
Cuando acontece una muerte, un fallecimiento, genera cierto tipo de evocaciones. La lamentable muerte del expresidente de Chile, Sebastián Piñera no ha sido la excepción a esta especie de rito. Ha permitido rescatar de su biografía las fuertes críticas que recibió, cuando de manera principista, votó por el “no” a la Constitución de Augusto Pinochet en 1980 y también por el “no” cuando se preguntó a los chilenos en 1988 si Pinochet se debía quedar hasta 1997. Hijo de un demócrata cristiano (partido de centro izquierda) se enfrentó también a los que llamó cómplices pasivos de la dictadura refiriéndose a políticos y empresarios que, interesadamente, preferían la continuidad de Pinochet antes que un retorno pleno a la democracia.
Pasados los años, en el ámbito internacional, el expresidente Piñera no dudó en brindar su respaldo a Hillary Clinton, de quien decía que sería mejor que Donald Trump para la presidencia de Estados Unidos y para el mundo. Una demostración más de que en sus elecciones siempre primaba la categoría moral y principista por sobre el interés de la coyuntura. Formado en una de las mejores universidades del mundo, Harvard, su raciocinio siempre estuvo apoyado en la contundencia de la fortaleza moral. Tal vez fue porque sus estudios en la célebre universidad de Boston coincidieron con la época en que Lawrence Harrison y Samuel Huntington, profesores de dicho centro académico, escribían que los valores y la cultura eran fundamentales para lograr el desarrollo de los pueblos y que el mero crecimiento económico no llevaba a la prosperidad.
La aseveración de Harrison y Huntington ha sido varias veces corroborada. Países de grandes riquezas naturales son hoy pobres por la ausencia de una cultura del respeto, confianza, honestidad. Pasa aquí mismo en Perú. Pretendemos ser un “país OCDE” y tenemos niveles de corrupción, delincuencia e informalidad alarmantes.
Pero tal vez lo peor para nuestro país es que se hayan abandonado algunos principios básicos. Por ejemplo, el de la división de poderes. Un Congreso cómplice de un mediocre gobierno no sólo da rienda suelta a la permisividad sino que es el principal estímulo para que la corrupción se desate. Por otro lado, los cómplices pasivos del gobierno de Dina Boluarte se solazan con ella, comparándola simplemente con su antecesor Pedro Castillo. Hemos bajado la valla a niveles ínfimos. Se permite la permanencia de ministros que, sin ninguna duda, son cuestionados o no dan la talla o ambas cosas a la vez. Se niegan a ver la evidencia de que, de seguir así, hasta el fin del mandato, el Perú va a quedar en tan mala situación que el próximo gobierno va a tener que ser de reconstrucción nacional. En fin.
Que el fallecimiento de Piñera nos recuerde, tristemente, que en el Perú el gran problema sigue siendo la inexistencia de élites.