Orientaciones vocacionales
Por: Rubén Quiroz Ávila
Acabada la etapa escolar, los jóvenes comienzan a tomar decisiones sobre su futuro inmediato. Uno de los caminos recomendados es que sigan su formación educativa en el ámbito superior. Unos eligen la ruta universitaria. Claro, una de las preocupaciones fundamentales es preguntarse cuál es la mejor manera de conciliar las aptitudes del joven y las posibilidades de éxito en el campo laboral a futuro. Un equilibrio anhelado que no suele cumplirse siempre. Además, en un mundo que ensalza la competitividad como un modo de vida, algunas carreras tienen resultados que pueden ser inquietantes en un esquema laboral que premia exclusivamente la productividad fabril.
Entonces, qué sucede si al entusiasta joven se le ocurre estudiar una carrera de humanidades o ciencias sociales. Es probable que la defensa del camino en lo humanístico que haga el muchacho de seguir su posible vocación sea respondida con temores familiares e, incluso, con reprimendas y llamadas de atención ajustadas, siendo honestos, a las contundentes y reveladoras estadísticas del destino laboral del animoso e ilusionado joven. El pánico recorre a la ya espantada familia. Esto se agudiza si de por sí se vive en situaciones de precariedad socioeconómica. Eso de ser filósofo, poeta, narrador, teórico literario, artista, antropólogo, historiador, músico, no pareciera ser una garantía de sobrevivencia laboral futura. Por consiguiente, aparecen todas las dudas, tanto de su sostenibilidad en la carrera como de la necesidad indiscutible de uso de recursos para la permanencia en la universidad, que suelen ser mayoritariamente las públicas, ya que es casi inexistente la oferta en las instituciones privadas, siempre con contadas excepciones.
Sin embargo, a veces el joven persiste en su elección. Resuelve el dilema con ese amor conmovedor por el conocimiento, aún sospechando que el horizonte no es muy esperanzador. Y esa decisión se da a pesar de las advertencias de su círculo cercano para que opte por carreras que han demostrado ser rentables y no lo lleven ulteriormente a condiciones inciertas. Y todas son dudas razonables y totalmente justificadas. Entonces, ¿por qué persiste en elegir una carrera que tiene casi todo en contra?
Tal vez la respuesta es que esa pasión es permanente, alimentada por una sensación singular de lector denodado, de fascinaciones solitarias por el pensamiento de quienes nos antecedieron, de escritura secreta, cómplice, o de hacerse constantemente preguntas sobre el sentido de la vida y una búsqueda incesante de capas cada vez más profundas de la reflexión. Es decir, su espíritu es absolutamente feliz entre libros, cuentos, tratados filosóficos, poemas, música, alimentadas por su particular imaginación y, fundamentalmente, por su concepción del mundo como un perenne y delicioso diálogo. Y eso lo hace diferente e imprescindible.