Manuel Pantigoso (1936-2024)
Por: Rubén Quiroz Ávila
Generoso, divertido, soñador, gentil, afectuoso, conversador infatigable son algunos de los términos que pueden aproximarse a este luminoso escritor y gestor cultural. Aunque en el Perú tendemos a ser ingratos con nuestros maestros; sin embargo, este señor de mirada quijotesca merece los honores de una vida extraordinaria y absolutamente comprometida con la cultura.
Pantigoso es de aquellos que han creado valor inmenso a nuestro país de manera silenciosa, con cariño, recordándonos con sus tenaces esfuerzos de que son gracias a estos seres humanos que no se ha derrumbado totalmente el país.
Se dedicó a inventar mundos con las palabras, a crear posibilidades alternas, siempre con la paciencia de su permanente magisterio, nos dejó varios libros que son una herencia que hay que asumir y difundir. Con estilo abierto a la exploración del lenguaje y con aristas lúdicas, su propuesta Salamandra de hojalata (1977) se alineaba al corpus magnífico de la tradición vanguardista peruana. Su imaginación lo llevó a ponerla en escena con un sentido interdisciplinario, un teatro poético que mostraba a cabalidad la ruta de su propio proceso de creación individual.
Como estudioso de la literatura, sus mejores aportes son aquellos que consagró al poeta-filósofo Gamaliel Churata, donde lo ubicó como uno de los principales animadores de la renovación conceptual y formal de nuestra poesía, como un signo de la hibridez y eclecticismo que atraviesa la cultura peruana. Por supuesto, sus análisis de las obras de Ricardo Palma son ineludibles para comprender al célebre tradicionalista, a quien vinculaba como parte de una refundación del proyecto nacional y, a la vez, salvaguardando los antecedentes culturales que, inevitablemente, son parte de nuestra compleja composición de peruanidad.
Era fundamentalmente un poeta y veía el mundo con optimismo. Más allá de la debacle ética en la que estamos sumidos, en ese pozo crítico que parece infinito, Pantigoso se resistía a creer que todo estaba perdido. Su apuesta por la cultura, porfiada, persistente, admirable, hizo de su trayectoria vital un apostolado en la promoción, difusión y construcción de institucionalidad cultural. Tuvo programas de radio, centros culturales, fue miembro activo de la Academia Peruana de la Lengua, es decir, un embajador de peruanidad y de cultura donde fuere en el mundo. Porque, además, era un exquisito viajero.
Fue uno de mis amigos con las cuales charlábamos durante horas, entre suculentos almuerzos o tardes de cafés necesarios, sobre poesía peruana. Lo quise y admiré con un profundo respeto por todo lo que hacía y, con su generosidad magisterial, me respondía con paciencia, sonriendo, a esas inquietudes literarias juveniles, mostrándome la posibilidad de un mundo mejor gracias a la belleza de la literatura. Vuela alto, querido amigo.