Meritocracia

Por: Rubén Quiroz Ávila

¿Existe la meritocracia en el Perú? El supuesto es que las capacidades determinan la posición alcanzada o alcanzable en una organización. Es decir, bajo procedimientos objetivos se selecciona a los de mayor aptitud intrínseca para satisfacer una necesidad laboral requerida. Para ello se han desarrollado una serie de mecanismos que permitirían una selección con márgenes de error mínimos.

De ese modo, los seleccionados, gracias a su trabajo y talento, se entiende, serían los que han pasado todas las pruebas en las que el mérito es lo determinante, y todos, desde el inicio de esa competencia, tendrían igualdad de oportunidades. Las preguntas, entonces, son inevitables: ¿eso sucede así o son los factores externos a ellos los que realmente definen los modos de clasificación? ¿Hay quienes tienen ventajas determinantes desde el inicio o todos parten con las mismas condiciones?

En principio, esta mecánica de distinción aparentemente vincula estrechamente a aquellos que son considerados más aptos con la necesidad por ser satisfecha y, deja a un lado, con justificación moral y profesional, a los que no han logrado lo suficiente para su incorporación. Por lo tanto, parece ser lo adecuado en un sistema que reconoce medidores objetivamente consensuados y supone, fundamentalmente, que todos los individuos que entran a ese determinante concurso han gozado de las mismas condiciones de preparación previa. Sin embargo, a veces es una situación ilusoria.

En países como el Perú, las desigualdades para acceder a sistemas educativos de calidad se han agudizado; además, la mayoría de la población en edad para acceder a estudios superiores no lo puede hacer; entonces, partimos de un desequilibrio organizado que reduce las posibilidades del talento que pudo haber sido desarrollado exponencialmente. Así, los que disputan los puestos basados en el mérito son solo aquellos que han superado esas sistemáticas dificultades estructurales o, simplemente, nunca han tenido mayor inconveniente. En el primer caso, la grandiosa y valerosa resiliencia tiene un valor ético y social notable. Pero son casos excepcionales y que, cuando se aplican los medidores de mérito, no necesariamente la trayectoria y el esfuerzo social son incorporados para ser reconocidos y valorados como logro puntuable. ¿Debería serlo?

Por eso, muchos de estos quiméricos momentos de competitividad tienen desde el saque los puestos con nombre. Es una carrera desigual y desproporcionada que, además, puede verse afectada por un diseño y metodología de evaluación que más bien segrega. A ello hay que sumarle que en algunos casos son los factores externos los que determinan la selección. Ergo, el valor del mérito por sí mismo se altera y distorsiona a tal punto que genera campos de frustración e impotencia. Lo paradójico del asunto es que se necesita de minuciosos y justos sistemas de detección de talento para ubicarlo con precisión en las posiciones que se requiere.

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