Remedio para la cursilería poética
Por Willard Díaz
El poeta, narrador y crítico literario español Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, nos visitó en Arequipa a fin de concertar los preparativos para el Congreso de la Lengua Española. Hubo ocasión de hablar de poesía, pues él escribe una notable obra literaria a la que se ha denominado “Poesía de la experiencia”.
WD. Tu obra lamentablemente no ha circulado entre nosotros como debería. Recién hace unos tres o cuatro años hemos conocido una antología de tu creación. En la introducción escribes una especie de Poética personal que representa muy bien a tus poemas.
GM. Mi primer libro se publicó en el 80 o sea hace cuarenta y tres años.
Cuando fui a Méjico veía esa reunión de mis libros publicada en Tusquets, y me hacía mucha ilusión que alguna editorial peruana la publicara, y ahora he tenido la suerte verla en la editorial PEISA con el título “Romanticismo ilustrado”. Tuve la oportunidad de presentarla en Lima el 2022. Creo que me va a acercar a los lectores de poesía de Perú.
Yo concibo la poesía como un ejercicio de meditación pegado al lenguaje de la comunidad y de la vida cotidiana. Más que inventar lenguajes raros lo que quiero es tratar de la manera más personal posible el lenguaje de todos, y que en mis poemas esté la vida cotidiana. Pero claro, para que funcione la poesía es importante que el poema no solo sea un desahogo personal para decir “qué enamorado estoy” o “qué triste estoy”, sino que los sentimientos del poeta trasciendan lo biográfico para convertirse en una meditación sobre la condición humana, sobre aquellos asuntos que nos afectan a todos, no solo al autor sino también al lector.
Creo que el poema existe como tal en cuanto lo escribe el autor, pero que el hecho poético solo existe cuando un lector lo hace suyo y se crea un diálogo entre la palabra del autor y los sentimientos del lector que trascienden al yo biográfico y generan una meditación sobre lo más profundo del ser humano, aquellos valores que nos definen como seres humanos.
WD. Hallé un verso en el libro que dice “Nadie se ahoga en llanto en el mismo aeropuerto dos veces en la vida”, lo cual me sugiere que viajas bastante, y además que te desagrada el patetismo.
GM. Es verdad. Tienes mucha razón cuando dices que me asusta el patetismo, porque creo que hay algunos peligros de la poesía que impiden la trascendencia del yo biográfico a ese yo literario que puede representar tanto la mirada de un autor como la de un lector, y esos peligros son por una parte la cursilería y por otra parte el patetismo.
Y fíjate que en el mundo en que vivimos, con tanta importancia de las redes sociales, creo que la poesía puede jugar un papel. Porque a mí me parece un cretino el que se mete con la ciencia, con las redes sociales. El progreso siempre produce muchas cosas. Pero también me parece un cretino el que desconoce las humanidades porque las humanidades sirven para distinguir entre las ventajas de cada progreso y los inconvenientes que puede provocar.
Por ejemplo, en el mundo de las redes sociales, lo estamos viendo en plataformas como whatsapp o twiter, hay un diálogo entre lo privado y lo público muy inmediato, y hay peligro de que se caiga en patetismo y en el discurso más agresivo, y se caiga en el odio, en la mercantilización de la intimidad o en la cursilería, y que una declaración de amor más que una forma de conocimiento parezca una campaña publicitaria de corte inglés.
Eso nos afecta a todos, incluso al periodismo, porque el periodismo es una alianza fundamental con la democracia. Sin periodismo de información seria, la democracia es inviable. Estamos viendo cómo los nuevos marcos de las redes sociales por una parte permiten llegar a mucha gente, lo cual está muy bien, pero por otra parte hay quienes se olvidan del rigor de la información y caen en el patetismo, en la busca de impacto con titulares que más que trabajos de periodismo parecen los twiters de quienes quieren tener muchos “me gusta” y llamar la atención.
Pues, en este mundo a mí me sirve mucho la poesía: me ha acostumbrado a pensar en la intimidad, pero como una forma de conocimiento para llegar a lo más profundo del ser humano y alejarme un poco de lo que quiere tener impacto, patetismo, de lo que quiere levantar los instintos bajos de la gente para tener muchos seguidores y provocar casi una reacción de tipo pulsional.
En ese sentido creo que la poesía sí puede aportar una meditación sobre de qué forma estamos viviendo en una sociedad donde la intimidad es sacada cada vez más a los ámbitos públicos de las redes sociales.
WD. Un crítico norteamericano ha dicho que la poesía es el primer arte que se ha convertido en deporte, refiriéndose a la súper abundancia de entusiastas poetas hoy en día, ¿qué te parece?
GM. Creo que es verdad, el populismo de la poesía, la banalización de la poesía es muy peligrosa.
La tradición literaria mía tiene que ver con una poesía que utiliza el lenguaje de todos de la manera más personal, con no sentirte hijo de los dioses sino hijo de vecino; a mí me interesa poco la poesía muy hermética. La poesía que cree que escribir poesía es inventarse un idioma separado de la gente, que no entienda nada, orgulloso de su propia dificultad, me interesa poco.
Creo que es un error identificar la calidad del poema con la dificultad de la lectura, porque es confundir la calidad con la rareza. Hay muchas novedades que han pasado enseguida de moda, que llamaron la atención y después se vieron como ingenuidades o como ingeniosas ocurrencias que tenía poco lado humano.
El peligro es que si te separas de la poesía como género alambicado puedes caer en el populismo, confundir la poesía con mensajes triviales, banales.
Creo que las redes sociales han ayudado mucho a eso, y hay mucha gente que hace una modalidad divulgativa de la poesía, confundiendo un poema de amor con una campaña publicitaria por el día de los enamorados o un poema sobre tu identidad con una campaña del Día de la Madre.
En ese sentido suelo advertir con claridad que los poetas jóvenes que nacen en el mundo digital y no han leído a sor Juana Inés de la Cruz, a Federico García Lorca o a Baudelaire, a César Vallejo, o aquellos que solo se han dedicado a leer o a poner mensajes en las redes sociales son poetas muy banales y muy superficiales, y hacen ocurrencias patéticas y cursis.
Los jóvenes que se han formado de manera natural y nativa en el mundo digital pero que al mismo tiempo se han tomado interés de formarse como poetas porque les gusta la poesía, se mueven también en el diálogo de la intimidad en el mundo digital, pero con el compromiso, la profundidad, el conocimiento, la lentitud de la poesía.
Antonio Machado decía que la libertad verdadera está en no en decir lo que pensamos sino en pensar qué decimos. A mí me gusta identificar al poeta que pasa un día pensando en palabras precisas, aunque sean de la lengua de todos, con aquella persona que quiere hacerse dueño de sus propias opiniones para no dejarse arrastrar por las corrientes del mecanismo de control de las conciencias, y que ha aprendido a pensar primero lo que dice.