El olvido
Por Alonso Villasante
Querido amigo:
Conocí la música de Astor Piazzola en tu habitación, alrededor de 1968. Dos temas llamaron enormemente mi atención: “Libertango” y “Oblivion”. Sonaban a música nueva y casi, diría, metafísica. No la entendía en esos días, solo me gustaba lo que se oía. No era un tango convencional, no era el tango del farolito o del compadre, el tango quejumbroso porteño. Lejos de Gardel y Marianito Mores, había una apuesta diferente.
Siempre me llamó la atención la música clásica y la música instrumental del estilo George Gershwin y algunas otras de esos años jóvenes, pero la de Piazzola la sentí muy especial en una época en que mis inquietudes intelectuales despertaban, crecía mi curiosidad por conocer cada vez más de cualquier cosa, en especial si se vinculaba a la ciencia, el pensamiento y la filosofía. La música, en general y la de Piazzola especialmente, ocuparon mis intereses en nuestras conversaciones sobre asuntos que, en esos momentos, me parecían temas para “iniciados”, algo así como ritos alquimistas de herméticos que reclamaron poseer los misterios transmitidos por Hermes Trismegisto.
Pero volvamos a Piazzola. No supe hasta años después que la palabra “oblivion”, “olvido”, proviene del francés y, antes, del latín. En algún lugar leí que alguien asoció el olvido con la memoria, como dos extremos de un solo hilo, y atribuyó a Nietzsche una definición de ambas como dos estados: una como enfermedad, la memoria, y el otro como salud, el olvido. ¡La memoria como patología!
Tal vez la mejor expresión sobre el olvido la dijo Borges en sus “Fragmentos de un Evangelio Apócrifo”: “Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón». ¿Por qué el olvido es la única venganza?, ¿por qué al mismo tiempo puede ser el único perdón?
Al leer el cuento “Irineo Funes, el memorioso” pude entender mejor a Borges y a Piazzola, así como el sentido de “oblivion”. Ireneo Funes, aquel peón de campo uruguayo que al caer de su caballo alcanzó la virtud o la maldición de recordarlo todo.
Un psiquiatra, también argentino, reflexiona sobre la capacidad de Funes para recordar cada hoja de árbol o cada perro como si fuera una cosa única, distinta, y si podía darles nombre y de recordar cada uno de esos nombres, la idea general de hoja o de perro le resultaba tan vaga e imprecisa como sería para una madre llamar “vástago”, por igual, a cada uno de sus hijos en lugar de llamarlos por sus nombres propios. No a pesar, sino a causa de su prodigiosa memoria, Funes no puede pensar, pues para Borges “pensar es olvidar diferencias, generalizar, abstraer”. El olvido también puede ser una bendición.
Solo recuerdo el concepto de oblivion porque me retrotrae a las ideas que capturé en esas conversaciones, casi lecciones tuyas, en las reuniones en tu cuarto de soltero o en las charlas callejeras del barrio de Cruz Verde, aunque haya olvidado los detalles.
Un abrazo
Alonso.