SÓLO EL QUE DA COSECHA BIENESTAR (1° PARTE)

Por Dr. Juan Manuel Zevallos Rodríguez.

Muchas personas me han relatado a lo largo de los últimos años mil y un historias asociadas al principio anterior, “tengo mala suerte, doctor”, y luego, haciendo un paréntesis en sus relatos, complementan su frase célebre haciendo responsables de sus miserias a sus padres, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo y en fin a todos; y destilan sin darse cuenta, entiendo yo, un relato de confabulación mundial en contra de ellos.

HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

¡Tengo mala suerte!, ¡soy un perdedor!, ¿cuántos de nosotros hemos exclamado muchas veces dichas expresiones a lo largo de su vida?, ¿cuántos de nosotros a lo largo de los años hemos ido envenenando nuestro cuerpo y nuestra alma con dichas frases?

De seguro que por lo menos alguna vez hemos expresando con cólera, con frustración, con ira y con desesperanza dichas frases y al expresarlas nos hemos sentido mal, nos hemos sentido las personas más miserables del mundo y hemos contemplado con envidia la dicha de los demás y nos hemos preguntado ¿por qué a ellos les va bien?, ¿por qué son felices?, y con seguridad hemos llorado amargamente nuestra mala fortuna.

Lo real, lo maravilloso del mundo es que no hay buena ni mala suerte. La vida solamente está hecha de momentos, todos buenos si así queremos definirlos, todos o por lo menos la mayoría malos, si así deseamos describir nuestra existencia.

El mundo, como ya lo estarán sospechando, se desenvuelve en base a leyes físicas y emocionales inconmensurables. Si sueltas un objeto dado a una altura cualquiera este caerá al suelo en virtud de la ley de la gravedad. La descripción anterior se corresponde a una ley física, ampliamente conocida y valorada como tal. De seguro muchos de ustedes la estudiaron en el colegio y la interiorizaron en sus mentes como un principio universal. Hasta ahí todo bien. De seguro que conocen otros muchos principios y/o leyes físicas que gobiernan el funcionamiento de nuestro mundo, pero probablemente, hayan escuchado muy poco de los principios emocionales y mentales que también gobiernan nuestra existencia. Me referiré a algunos de ellos:

Siembra problemas y cosechas tempestades.

Todo lo que das te será devuelve con creces.

Si siembras bienestar y esperanzas en tu juventud, cosecharas paz y felicidad en la edad adulta.

De seguro te dirás, “esas son frases populares”. Es cierto, pero son frases llenas de verdad. Si le deseas el bien a una persona, te estás deseando a la vez bienestar. Si ayudas a alguien te ayudas a ti mismo. Si eres menesteroso tu vida se llenará de actos de gratitud.

El que regala bien, tarde o temprano cosechará también bienestar. El que desea el mal a los otros, tarde o temprano sufrirá por los deseos exclamados, ya que estos volverán hacia él, cargados de miserias, dolor, pena y sufrimiento.

Esta es una ley universal: El bien atrae al bien y el mal atrae al mal.

Muchos de nosotros en innumerables ocasiones hemos visto que mucha gente triunfa en el mundo en base al engaño, al fraude, a los actos de violencia y a la deshonestidad. Al apreciar así al mundo y vernos limitados en la realización de nuestros sueños pensamos, ¿por qué no actuar como aquellos?, ¿por qué debo de ser honesto y mantenerme en un estado de necesidad, si es tan fácil ser deshonesto y ganarse en sitio en el club de las grandes ligas del desarrollo económico social?

Es cierto, es fácil ser deshonesto, es fácil engañar y alcanzar logros en base al fraude. He escuchado a muchos familiares de gente honesta y con la conciencia limpia decir, por ejemplo, “doctor, mi padre pudo haber logrado una riqueza considerable si hubiera sido como sus otros compañeros de trabajo, si hubiera robado y engañado en su puesto de servidor público, pero mírelo ahora, tiene tan poco y nos necesita a nosotros, sus hijos para poder sobrevivir”. Muchos de estos familiares juzgan a sus padres, hermanos o esposos, como tontos y dentro de su concepto está el hecho de que robar, engañar o hacer fraude es un acto común a nuestro mundo y el no hacerlo es hasta catalogado como un acto de no consideración en virtud de las vastas necesidades económicas familiares.

Cuando diálogo con esos maravillosos seres honestos, me encuentro con algo que pocos tienen en este mundo, en donde los principios, los valores y las virtudes están por los suelos; tienen paz. Su conciencia no los juzga. Sus rostros son afables, su diálogo está lleno de empatía, su visión transmite paz y su presencia misma es un regalo de amor. Son seres humanos que han vivido en comunión con sus principios, son seres humanos que no le deben nada a nadie, seres que alcanzaron un equilibrio con el mundo y que dieron un bello regalo de conducta ejemplar a sus familiares.

Estos seres saben de necesidades, saben de sufrimiento y de pena, pero se sientes feliz y la felicidad es una riqueza que no se encuentra en venta en ningún lugar. Son seres humanos que se sienten plenos, conformes con lo que han hecho. Son personas, como tú o como yo, que decidieron sembrar semillas paz para sus años venideros. Son milagros de la creación que conocen el valor de una promesa y el valor de una amistad.

Pero los juzgamos mal. Valoramos más el bien dinero que el bien paz interior. Pensamos en lo efímero del bien económico y dejamos de lado el sueño de la realización personal.

Una persona, un ser humano que alcanza sus sueños en base a su sacrificio, su esfuerzo y su dedicación, es un triunfador.

Un ser humano que alcanza sus metas en base al engaño, el fraude, la traición, la confabulación, el favor u otro concepto similar, será siempre un perdedor. Un perdedor para sí mismo, aunque para el mundo aparente y luzca su logro.

Porque tengo tan mala suerte.

Creerá que es un ganador, el mundo quizá le hará creer ello, pero pasarán los días, los meses o los años y una tarde contemplando los pasos aun no perdidos de su vida, llorará amargamente del triunfo robado, su conciencia ya presente, ya libre de tantas ataduras le dirá de seguro “que es un perdedor, que es una persona indigna de ese logro”. Y ese día llorará amargamente, por qué ya no podrá volver el tiempo atrás, se sentirá defraudado con la vida y tratará de hacer responsable al mundo de su sufrimiento cuando él, en base a sus actos, a su determinación y sus pensamientos encontrados, construyó esa vida llena de quimeras. Será una persona infeliz a partir de ese momento y difícilmente encontrará la paz que deba acompañar los años otoñales de su vida.

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