Fuga de talentos

Por; Rubén Quiroz Ávila

REFLEXIONES

¿Porqué se están yendo nuestros jóvenes a estudiar en una universidad fuera del Perú? Cada vez es más creciente que aquellos que pueden hacerlo optan por una formación en el extranjero antes que por una universidad peruana. Y no solo es la incierta situación social cada vez más irrebatible o la mera experiencia internacional, sino también una decisión más profunda en la que no encuentran los suficientes argumentos para quedarse a estudiar dentro de un sistema que, para ellos, no agrega suficiente valor.

Es verdad que tenemos buenas universidades, tanto públicas como privadas, que hacen esfuerzos por mejorar constantemente; sin embargo, para un sector, ello es exiguo. De ese modo, el factor de que la vida universitaria es movilizadora socialmente y mejora las posibilidades de colocación laboral ya no tendría tanto peso y jugaría un rol cada vez menor en la toma de decisiones conjuntas. Y se trata no solo de familias con buenas condiciones financieras, sino también de otros sectores que están empujando, con esfuerzo planificado, a sus integrantes a un circuito universitario externo con alto grado de valor y con una aceptable inversión tanto financiera como emocional. Es decir, parece que nuestras universidades en conjunto están siendo menos atractivas para un segmento en edad de educación superior.

Ello nos invita a reflexionar si la medición interna, endogámica, únicamente nacional son los parámetros con las cuales debe compararse una universidad peruana en el punto crucial en la que decide su estrategia de crecimiento. Hasta ahora, muchas universidades asumen que la competencia para alcanzar estándares de calidad es con sus pares peruanos. Lo que parece indicar este notorio síntoma, convirtiéndose ya en tendencia, de irse a estudiar afuera, es que el circuito educativo carece de adecuados fundamentos para retener el talento de ese nivel. O que los avances de algunas excelentes propuestas educativas son todavía limitados y con urgentes oportunidades de mejora más audaces y creativas.

Es altamente probable que mucho de este talento formándose internacionalmente ya no regrese. El impacto de la pérdida de esos aportes para el país es incalculable. Además del desarraigo y la fragmentación familiar, la orientación de su desarrollo profesional será en aquellos lugares que le ofrecen las mejores condiciones. Nuestra crisis actual como país, incluso hasta de su propia viabilidad, es un contexto poco favorable. Aunque tengamos todavía esperanza más como una técnica de consuelo sentimental que una apuesta cercana de que las cosas mejoren. Los sucesos diarios nos dan bocanadas de realismo tal que estamos más cerca de la incredulidad que de la certeza. Y requerimos que nuestros jóvenes tengan un futuro. Cuando el mismo futuro comienza a cuestionarse, la categórica sintomatología social como la del talento que se va, sin poder retenerlo, es un signo lapidario de lo que nos puede esperar como comunidad. Las universidades todavía pueden hacer que ese futuro no solo sea una promesa.

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