CORPUS CHRISTI: FIESTA DE LA VICTORIA

Por: + Javier Del Río Alba Arzobispo de Arequipa

La fiesta del Corpus Christi, instituida por el papa Urbano IV en el año 1269 y que celebramos en estos días, refleja la devoción de los católicos hacia la presencia real de Jesús en las especies eucarísticas. La celebramos con la Santa Misa y la Procesión Solemne en la que la comunidad cristiana rinde culto festivo Jesús, presente en la hostia consagrada que es llevada por las calles en medio de cantos y otras formas de alabanza que brotan del corazón agradecido de los fieles. Celebramos, pues, el don de la Eucaristía como sacramento en el que Cristo ha querido permanecer con nosotros, dársenos como alimento para el camino y hacernos partícipes de su vida divina.

Como toda celebración eucarística, el centro de la fiesta del Corpus Christi es la victoria de nuestro Señor Jesucristo sobre el pecado y la muerte. La celebración principal de esta victoria se realiza en la Vigilia Pascual, con la cual culmina la Semana Santa; pero se prolonga en cada Misa, especialmente en la Misa dominical que es nuestra pascua semanal, y en otras acciones litúrgicas o extralitúrgicas que la Iglesia realiza a lo largo del año. En la solemnidad del Corpus Christi, en concreto, los católicos damos gracias a Dios y celebramos de un modo peculiar a Jesucristo nuestro salvador. Como a los soldados que vuelven victoriosos de la batalla, los fieles reciben a Jesús Eucaristía y lo pasean por las calles entre cantos júbilo, porque también Él ha vencido en el combate y nos ha liberado de nuestros enemigos. En efecto, en su pasión y en la cruz, Jesús de Nazaret entabló un gran combate contra el mal y la muerte. Después de derramar su sangre para el perdón de nuestros pecados, resucitando destruyó la muerte, venció al mal y nos liberó de nuestro principal enemigo que es el diablo.

Otro de los aspectos que destacan en la celebración del Corpus Christi es que la procesión, que se realiza al concluir la Misa, nos recuerda que la Iglesia es un pueblo en camino. Así como en el Antiguo Testamento Dios liberó a Israel de la esclavitud del faraón de Egipto y lo puso en camino hacia la tierra prometida, del mismo modo, al liberarnos del poder del diablo, Dios nos ha puesto en camino hacia la plenitud del Reino de los Cielos. Desde esta perspectiva, la fiesta de hoy nos recuerda que la Iglesia es el pueblo elegido por Dios, que transita por los caminos de este mundo pero con la mirada fija en su meta final: el Cielo para el cual Dios ha creado al hombre. Y así como en el Antiguo Testamento, mientras Israel caminaba por el desierto hacia la tierra prometida, Dios lo alimentó con el maná, a la Iglesia peregrina Dios la alimenta con el verdadero pan bajado del Cielo: el Cuerpo y la Sangre de su Hijo amado. Quien come de este Pan y bebe de esta Sangre vivirá para siempre, dice Jesús en el Evangelio. Por eso, quisiera concluir estas líneas invitándolos a alimentarse constantemente del Cuerpo de Cristo, participando al menos en la Misa dominical; y si alguno se encuentra en situación de pecado, permítame invitarle a no tener miedo de confesarse, para recibir el perdón de Dios y así volver a gustar lo bien que se vive nutriéndose de este Pan de Vida Eterna.

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