Morada mística

Por Dante Morales

(Fragmento de la Presentación del disco “Morada Mística”)

Quisiera empezar contando una anécdota de hace aproximadamente un cuarto de siglo. Eran épocas en que Arequipa estaba por lograr su inscripción como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Un grupo pequeño de amigos teníamos la costumbre de ir los sábados a cierta picantería en Yanahuara, donde luego de los potajes respectivos nos entregábamos a largas disertaciones acerca de diversos temas de arte, literatura, música, realidad nacional, local o lo que fuere, acompañados por supuesto por nuestro anís najar.

Tema recurrente en esos almuerzos/tertulias era el revalorar todo lo que fuese distintivo o identitario del arequipeño. La coyuntura lo exigía y, además, había un repunte en la actividad turística, en el comercio, en el interés sobre la actividad minera local (fue en esos años en que la Convención Minera fijó su sede aquí); del cual debieran darnos cuenta los investigadores y académicos sociales y económicos.

El punto es que mis compañeros sabatinos empezaron a enfatizar la necesidad de resucitar la “música arequipeña”. Se preguntaban por qué ya no existían compositores de yaravíes, cómo se podría fomentar y estimular el consumo de los géneros locales entre la juventud, incentivar la práctica y la dedicación de nuevos cultores de la canción arequipeña. Para mí, rozaban frecuentemente lo chovinista, y ya que había leído un par de libros, pirateado 3 discos en cassettes desgastados y fotocopiado 4 partituras, me sentía demasiado cosmopolita para sus pretensiones. También decidieron (hablo en tercera persona adrede y consciente), que alguien debía heredar y salvaguardar la sabiduría de los grandes maestros de la musicalidad popular arequipeña. Y cuando sus indirectas empezaban a convertirse en sutiles exigencias yo encontraba siempre maneras (en arequipeño docto) de hacerme el cojudo.

Mientras lentamente iba construyendo una coartada (léase chivo expiatorio) en mi cabeza, un buen día uno de ellos decidió pasar a la acción: resultó que la dueña picantera de nuestro punto de encuentro era prima de Ángel Muñoz (legendario charanguista del Trío Yanahuara) y se le acercó diciendo: “Necesitamos hacerle una propuesta al Torito, denos su dirección, sabemos que es cerca”. La respuesta fue simple, concreta y a la vez intrincada: no era una calle y un número, fue algo como “subes hasta allá, doblas a la izquierda, luego bajas un trecho, te metes por tal callejón, cuando veas un montón de geranios cruzas y en las rejas negras largas tienes cuidado con el perro”. Obviamente no recuerdo el algoritmo de instrucciones, pero sí recuerdo que no nos fue fácil llegar, quizás fue la ansiedad de conocer a una leyenda, o porque yo no sabía qué hacer en el encuentro, el único músico del grupo era yo. Lo cierto es que llegamos a la casa y yo sentí alivio cuando alguien desde el techo nos gritó: “Está en la chacra”.

Poco tiempo después se unió al grupo con reciente DNI azul, Pedro, y no por su prolija conversación, sus finas degustaciones culinarias, ni sus desahuevadoras posiciones acerca de las políticas culturales de las instituciones del Estado, sino en cumplimiento de un plan simple: “¡Él es!”, les dije a los demás antes de presentarlo, “él lo hará”. No se dio sin embargo oportunidad para la acción. Se derramó mucho anisado y ninguna visita al Torito.

Pocos años después, y sin ayuda del docto grupo de los sábados brillantes, Pedro producía un disco acompañando al gran Ángel Torito Muñoz, donde no solo demostraba una comprensión absoluta y respeto humildísimo del arte del gran maestro, si no que a escondidas lo replicaba en un charango que nadie de nuestro entorno entendía como había conseguido.

Quiero cerrar la anécdota con la noche en que luego de la presentación del disco, fuimos a celebrar a la mismísima casa del gran charanguista. Quedé estupefacto y fascinado cuando toda la familia y amigos cercanos bailaban pampeñas, marineras y huaynos arequipeños; y mi perplejidad no fue porque pudieran disfrutar bailando músicas y canciones que para mí eran de museo, sino del lenguaje corporal único e inconfundible que usaban en esos bailes. Dije para mis adentros: ¡Carajo, Arequipa existe!

En 1971, en la universidad complutense de Madrid, leía Mario Vargas Llosa para obtener su doctorado: “Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Es una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad real, de su sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea.” Intentaba así dar explicación y fundamento al análisis de la obra total de García Márquez hasta Cien años de Soledad.

Lo cito y rememoro, precisamente porque luego de mis primeras audiciones y lecturas del booklet de la obra que nos convoca ahora, sentí que Pedro en su intento de responder a las preguntas: ¿realmente existe la música arequipeña?, y ¿cuáles son los elementos concretos en los cuales podemos organizarla?, ha diseñado y hecho tangible una realidad nueva que a él le funciona y que para él tiene sentido; que es bella en sí misma y que da respuesta de sobra a todas las interrogantes que se derivan de la pregunta primigenia, resolviendo además (estéticamente) cuestiones que tienen que ver con los estudios académicos lingüísticos, socioculturales, históricos, ecológicos, migratorios y hasta geológicos. Ha generado así, junto a sus cómplices Andrés Morales y Sandra Gibaja, un nuevo sistema de creencias.

Es así que, en medio de tantas dudas y despropósitos, y como a partir de la mirada atónita del niño maravillado ante el camino sin fin de las hormigas o del recuerdo infantil del Coronel Aureliano Buendía aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo, Pedro ha tejido de hebra en hebra un universo que explica no sólo sus recuerdos familiares y sus pérdidas personales sino sobre todo, cómo una pequeña flor morada puede sobrevivir en el desierto y generar una identidad férrea e indómita durante generaciones, aglutinando en sonidos y melodías a picanteras, arrieros y talabarteros, kusillos y mojigangos, charangos, pinkillos y sicus. Genera así una nueva realidad que sustituye a la que no puede aprehender, con la que no está de acuerdo o que le resulta a secas FEA.

Fui a la presentación de un libro de Julio Villanueva Chang, quien apostaba continuamente al público a que no leerían el libro, pese a que toda su perorata parecía intentar motivar a hacerlo.

Sus argumentos apocalípticos describían al objeto (el libro) como un artefacto del pasado por el cual ya nadie siente interés. Casi todo el mundo “lee” del celular, decía.

De manera análoga, pienso que una obra discográfica como la que se presenta hoy, ya no es un formato que el público joven entienda ni por la cual intente algún acercamiento. En realidad, ni los viejos oyentes como yo. ¿Cuántos de ustedes escuchan sus viejos LPs completos?

Pues malas noticias. Esta obra exige una audición completa y atenta. Perdón, no una, muchas, y en cada una dudando de la anterior.

Al inicio de esta semana estaba convencido de que el disco tenía un concepto redondo pero musicalmente era cojo en términos de unidad. Sin embargo, mis últimas audiciones, las cuales he hecho con placer pero también con diligencia y disciplina (la que me ha costado mucho, debo decirlo con honestidad) me han hecho cambiar de parecer.

Sin duda alguna estamos ante una obra maestra que es un peldaño más de una larga serie profundamente reflexionada y perfilada: TonaliAndes.

Voy a terminar con un pequeño spoiler que en realidad tiene la intención de ser una imperfecta e ingenua, pero muy bien intencionada, guía de audición:

Morada Mística es en realidad muchos discos:

  • Disco/estudio sobre el charango.
  • Disco sobre las fantasías orquestales propias de un campo idiomático muy propio y característico de Pedro.
  • Disco que intenta dar respuesta a la pregunta ¿existe realmente la música arequipeña? Y si es así, ¿cuál es? Su tradición y evolución, de dónde viene, en qué momento se convierte en una manifestación auténtica.
  • Disco sobre las extensiones del mundo andino.
  • Disco sobre los afectos personales y los dolores familiares.
  • Disco sobre Pedro el cantante. Se ha convertido en aquél término con que tantas veces jugamos: no un cantautor, sino un “autocantor”.

Pedro, estoy muy orgulloso de ti, tu trabajo y tu amistad.

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