A san Gil de Cayma hizo desaparecer obispo arequipeño

Por Carlos Meneses Cornejo

ESPECIALES DE AREQUIPA

Obispo Huerta terminó con la leyenda de un muerto que caminaba por los campos caymeños.

Francisco Mostajo aseguró que en 1823 llegó a Cayma un médico militar de nombre Ignacio Piruez en busca de salud, pero no pudo precisar de qué nacionalidad era. El indicado que quería reponerse de males propios de la vejez falleció el 1ero de junio del mismo año y recibió sepultura en el cementerio de ese distrito.

A su muerte fue velado en la sala de La Caridad que, en aquel tiempo, era un ambiente de la parroquia de Cayma que servía de velatorio de los pobres, el difunto fue conocido como san Gil, debido a que se hablaba de sus apariciones en velorios, entierros, procesiones y hasta se le endilgó milagros en favor de sus devotos. Le pusieron de nombre san Gil.

Fue Francisco Mostajo, quien escribió un folleto que publicó y llevaba el nombre de san Gil de Cayma, este trabajo fue impreso en la tipografía La Colmena de Arequipa, en 1956, y que salió a la venta después que el abogado arequipeño ya había fallecido.

Lo cierto es que el 27 de mayo de 1885, el obispo de Arequipa Juan Ambrosio Huerta decidió realizar una visita a la iglesia de Cayma para inspeccionar cómo estaba trabajando el párroco del lugar. Hasta allá fue monseñor Huerta revestido con capa, sombrero y anillo y ordenó que le informaran cuántas misas se hacían cada domingo, por qué no estaban encharoladas las bancas de la iglesia y que se retirara un árbol de mora que malograba la visión del templo.

Después visitó cada uno de los ambientes del templo hasta llegar a una puerta que chirrió por vieja y reseca. En el interior vio una sombra y distinguió al san Gil del que tanto había oído hablar.

San Gil de Cayma había sido retirado del cementerio del distrito en esqueleto, en la cavidad orbitaria (donde están los ojos) sus devotos le colocaron dos bolas de vidrio, llevaba amarrado a la cintura un tambor, en los brazos una guadaña de muerte y una especie de lanza con la que dicen muchos le veían andar por los campos en las noches y sobre todo después de los días en que se visitaba a los muertos.

Monseñor Huerta condenó a quienes así hablaban del san Gil, ordenó enterrar el esqueleto y que no compitiera con él como si fuera otro obispo. A partir de tal fecha san Gil desapareció, se prohibió que se le rindiera ningún culto y hay de quien se le ocurra decir haberlo visto porque sería castigado con el no perdón de sus pecados.

De san Gil de Cayma se siguió hablando por Mostajo, mucho más cuando salió a la venta el folleto con información preparada por historiador.

Sobre el velatorio de los pobres este ambiente fue definitivamente eliminado para que no pudiera albergarse en él al competidor del obispo Huerta y a partir de entonces todo lo dicho sobre el médico que llegó a Cayma para caminar por las chacras solo duró un tiempo más; hoy en día no pasa de ser un recuerdo de leyenda que solo unos cuántos conocen.

Lo que sí se sigue practicando es la búsqueda de huesos en un día determinado en el cementerio de Cayma y hay quienes mantienen viva la procesión que se hace de noche con una calavera que tiene mayordomo y camina por las chacras del distrito.

También se mantiene vigente el que en el cementerio y de día se azote con ramas de ortiga a los que entran a buscar huesos al camposanto.

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