EL CORAZÓN DE JESÚS

Por: Javier Del Río Alba Arzobispo de Arequipa

El viernes pasado la Iglesia ha celebrado la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, una fiesta que marca el camino espiritual de los católicos durante cada mes de junio. El Papa san Juan Pablo II decía que la mejor manera de acercarnos al amor misericordioso de Dios es a través del corazón de su hijo Jesús; un corazón humano, porque Jesús es verdaderamente hombre, pero que ama con amor divino, porque Jesús es también verdaderamente Dios. El corazón humano de Jesús está lleno del amor misericordioso de Dios para con cada uno de los hombres, independientemente de si nosotros correspondemos o no a ese amor, porque el amor de Dios no tiene límites sino que es un amor incondicionado. Es el amor que ha quedado de manifiesto en las obras y las palabras de Jesús, pero sobre todo en la Cruz, es decir cuando, cargando con nuestros pecados, Jesús se deja hacer la injusticia y, en lugar de resistirse al mal, carga con el mal e intercede ante el Padre por nosotros. “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, dice con toda razón Jesús, porque ciertamente cuando pecamos, cuando nos alejamos de Dios no sabemos lo que hacemos, no nos damos cuenta del grave daño que nos hacemos a nosotros mismos, a las personas que nos rodean, a toda la sociedad y la entera creación.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús cobró especial relevancia en la Iglesia como respuesta a la herejía jansenista que, en su rigorismo, desconocía la infinita misericordia de Dios. Ese rigorismo lo encontramos también hoy, no sólo en ciertos ambientes religiosos sino también en la sociedad civil. El hombre del tercer milenio, que a menudo se aleja de Dios y termina  esclavo de los ídolos de este mundo – dinero, fama, placer – va perdiendo la capacidad de amar gratuitamente y de conmoverse ante el sufrimiento ajeno. Aún más, va perdiendo la capacidad de relacionarse con las personas que no piensan como él. El diálogo alturado y movido por el sincero deseo de buscar la verdad y el bien común, se va transformando en un intercambio de insultos, calumnias y difamaciones a través de las cuales cada uno pretende imponer su propio pensamiento o interés, como lamentablemente lo constatamos cada día en las redes sociales y otros medios de comunicación.

En un mundo cada vez más fracturado y en nuestro querido Perú en el que va en aumento la inseguridad ciudadana, la violencia en todas sus formas, las ideologías que promueven el aborto y la destrucción de la familia, resultan del todo vigentes las palabras de san Juan Pablo II: “El hombre del año 2000 tiene necesidad del Corazón de Cristo para conocer a Dios y para conocerse a sí mismo; tiene necesidad de él para construir la civilización del amor” (Catequesis del 8.VI.1994). Estoy seguro que a todos nos gustaría vivir en esa civilización del amor. Por eso, en este mes de junio los invito a detenerse algunos momentos para contemplar el amor de Dios manifestado en el Sagrado Corazón de Jesús. No tengamos miedo de dejarnos acoger gratuitamente por ese corazón, ni de abrir nuestro corazón a su amor. Dios no viene a exigirnos ni a recriminarnos. Lo único que quiere es amarnos sin medida, hacernos experimentar su amor y, de ese modo, transformarnos en hombres y mujeres nuevos, capaces de amar a los demás como Él nos ama.

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