El fantasma del nacionalismo

Por: Saúl Hernández Rosales

Durante años, la consigna del “cordón sanitario” contra el padre de Marine Le Pen unió a comunistas y liberales, en contra de su figura. Tal fue el agravio a la sociedad francesa que generó la candidatura de Jean-Marie Le Pen, que su contendor Jacques Chirac aglutinó el 82.21% de los votos.

En el 2012, la hija y heredera del partido nacionalista recuperó el 17% del voto que alcanzó el padre una década atrás, pero no le alcanzó para pasar a segunda vuelta. Sin embargo, en el 2015 ocurren los atentados terroristas contra Charlie Hebdo y en la sala de conciertos de Bataclan, lo que exacerbó un sentimiento islamofóbico latente en la sociedad francesa y que encontró en Marine Le Pen un vía para su realización.

Al mismo tiempo, desde el 2012 hasta el 2017, Francia no superaría el 1% de crecimiento anual, lo que para una economía que garantiza salud, educación, vivienda y pensiones representa una bomba de tiempo. Es así como en el 2017, Marine Le Pen regresa a la segunda vuelta, obteniendo el 34% de los votos, lo que la situaba como favorita para la elección presidencial del 2022.

Sin embargo, la pandemia y la guerra en Ucrania, lejos de favorecer a Marine Le Pen, le dieron el voto de confianza al presidente Macron. No obstante, el puntaje de Le Pen representó el nada despreciable 42% de la ciudadanía.

El 9 de junio, en las elecciones europeas, el Front National obtuvo el 31% de los votos, siendo la primera mayoría y ganando en todas las regiones. Incluso, si se suman los votos del partido oficialista de Macron, Renaissance (15%), y del Partido Socialista (14%), Marine Le Pen sigue estando por encima. En el caso francés, la progresión de la extrema derecha es absolutamente clara.

La derecha antiinmigrante también ganó en Italia, donde obtuvo el 28.3% de los votos, convirtiéndose en la primera fuerza al Parlamento Europeo; y en Alemania el mapa quedó dividido como antes de la caída del muro de Berlín. En el lado oeste, democrático y liberal, ganó la democracia cristiana, pero en la Alemania del Este, gobernada por la antigua URSS, la extrema derecha ganó en todas las circunscripciones.

Lo que queda claro es que la izquierda europea fue vapuleada en las tres principales economías de la zona euro (Alemania, Francia e Italia) más; sin embargo, sus antiguas banderas: la protección de la industria nacional, la presencia del Estado en la regulación de la economía, el derecho a la salud, la educación y a la vivienda son defendidas por estos nuevos movimientos en contra ya no del capitalismo, sino del migrante y el islam. Con el retroceso de la Iglesia como administrador de la verdad, con la inestabilidad del mercado laboral y la deconstrucción de los roles tradicionales en la sociedad, la bandera y el himno surgen como único amparo. La tecnocracia de Bruselas tensó tanto el cordón sanitario que le dejó la política a los que no creían en ella.

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