PADRE SÓLO HAY UNO

Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

EL PASTOR

Probablemente todos conocemos la frase “madre sólo hay una” y, en cambio, nunca hemos oído o dicho lo mismo sobre el padre. Esto puede deberse a esa relación muy especial que surge entre el hijo, varón o mujer, y la madre desde el mismo momento en que ésta lo lleva en su seno. Una relación única e irrepetible, sin duda, que por lo general se fortalece durante los primeros años de vida. Sin embargo, si dejamos de lado el eslogan y nos detenemos a reflexionar sobre la importancia del padre en la formación de los hijos podremos concluir que, también, “padre sólo hay uno”. Ese es el diseño de Dios, lo que Dios desea para todos. Como nos enseña el Papa Francisco: Dios pone al padre en la familia para que, con las características valiosas de su masculinidad, sea cercano a los hijos en los distintos momentos de su vida: cuando de niños juegan y hacen las tareas del colegio, cuando de adolescentes viven despreocupados o comienzan a experimentar las primeras angustias, cuando siendo más grandes se lanzan tras ciertas metas o sienten miedo de hacerlo; en fin, cuando aciertan y cuando se equivocan (AL 177).

La presencia del padre es importantísima en la conformación de la identidad y el desarrollo de la personalidad de los hijos; porque así como las madres brindan ternura, compasión, fuerza moral, elevan la autoestima de los hijos y les enseñan el valor de la entrega incondicional, la figura paterna «ayuda a percibir los límites de la realidad, y se caracteriza más por la orientación, por la salida hacia el mundo más amplio y desafiante, por la invitación al esfuerzo y la lucha» (AL 175). Quien se siente protegido por su padre afronta con seguridad los desafíos de la vida, mientras que quienes carecen de esa experiencia son más propensos a evadir los problemas y retraerse ante lo que consideran amenazas. Es por eso que, como han evidenciado no pocos estudiosos, en toda persona existe el deseo, por más inconsciente que éste sea, de tener un padre que le acompañe en el proceso de construir su propia identidad, le guíe con fortaleza y le oriente con la sabiduría derivada de la experiencia y percepción del mundo desde su propia masculinidad. Y así como el padre jamás podrá sustituir plenamente a la madre, que tiene los dones propios de la femineidad, el padre tampoco puede ser suplido plenamente por la madre, por más extraordinaria que ella sea. 

En este Día del Padre saludo a todos los papás. Agradezco de modo especial a aquellos que dan la vida día a día por su familia, haciendo así presente, aunque sólo sea de modo imperfecto, el amor de Dios. A aquellos que, por diversas causas, han abdicado de la misión que corresponde a su paternidad, los animo a volver sobre sus pasos. Peor que no ser un padre perfecto es ser un padre ausente. No se dejen engañar por ciertas corrientes que promueven una sociedad sin padres o unos padres sin autoridad. Y a los hijos les pido encarecidamente que sepan valorar el don de tener un padre. Sean agradecidos con ellos y respétenlos, y si son ancianos cuídenlos y ayúdenles en sus necesidades. Padre sólo hay uno y su paternidad viene de Dios (Ef 3,14).

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