SOMOS LO QUE INTERIORIZAMOS (1° PARTE)

Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez

De la misma manera que aquellos pensamientos que formulamos y que enviamos al mundo determinan lo bien o lo mal que puede ser nuestro día o nuestra vida, de igual modo la forma en que interiorizamos los pensamientos de las personas que nos rodean pueden determinar en muchos de los casos el éxito o el fracaso en nuestra sagrada misión, el proyecto de vida.

HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

Cuando una persona hace un comentario negativo hacia nuestra persona podemos hacer varias cosas al respecto. Podemos disgustarnos por las palabras emitidas, ir a reclamarle al agente agresor por dichas expresiones, disgustarnos, llegar al intercambio de palabras y en algunas oportunidades al intercambio de golpes. Podemos también hacernos de “la vista gorda”, hacer como que no nos importa el comentario desfavorable emitido, podemos guardarnos ese momento nuestra cólera, aparentar que nada a pasado y luego, regurgitar a lo largo del día nuestra cólera e indignación. También podemos sonreír y podemos desearle lo mejor a dicha persona, podemos seguir haciendo nuestras labores y seguir disfrutando del bello paisaje que es la vida.

Tenemos como ven, tres opciones para decidir, las dos primeras actitudes destructivas y la tercera constructiva. La última podría ser definida como la mejor elección, las dos anteriores como decisiones poco afortunadas para enfrentar el hecho provocativo.

Podemos seguir viendo el espectáculo maravilloso de la vida no dándole importancia a la actitud agresiva de la otra persona o podemos echar a perder un maravilloso día o echar a perder muchos días de nuestra vida. Cada uno de nosotros decide si se va a enojar o si va a conciliarse con su proyecto de vida.

Muchos dicen, “ante los actos de violencia deben ponerte fuerte, enfrentar al agresor y hacerte respetar”. Otros dicen, “no hagas caso a las agresiones de terceros, trata de ignorarlas y ya en la soledad de tu habitación descarga el odio y el rencor encarnados hacia esa persona agresora”.

Yo vengo y te digo, “no es importante lo que las demás personas puedan o no decir de ti, no son importantes ni los halagos ni las ofensas, lo importante es lo que tu pienses de ti, en base al camino del autoconocimiento, la autoaceptación y el propósito de cambio”.

Los seres humanos que nos rodean y que actúan de modo agresivo, violento y provocador son seres humanos que han perdido la brújula de su vida. Son seres confundidos que piensan que con la violencia solucionarán sus problemas. Son personas que no han aprendido nada de la historia, la violencia siempre trajo más violencia, la conducta violenta nunca fue la solución para los problemas de la humanidad. Y si una conducta nunca solucionó un problema la pregunta sería ¿por qué perseverar en seguir haciendo los mismos actos que han destruido a tanta gente en el pasado y qué de seguro destruirá a mucha gente en el futuro?

La violencia es un acto de destrucción en esencia. La violencia es un acto de fragrante agresión hacia las personas que nos rodean y hacía nosotros mismos, a priori. Un acto violento marca nuestras vidas, nos sepulta emocionalmente y nos conduce a nuevos actos de violencia, qué en base a una progresión geométrica, acaba dañándonos muchas veces de por vida.

La persona violenta, cree falsamente que su actitud dará solución a sus problemas existenciales. Muy tarde se dará cuenta que toda su vida se dedicó a pelear y a discutir con todo el mundo y que luego de toda esa guerra lo único que le queda es su triste soledad y el resentimiento y el rechazo del mundo que le rodea. Y digo triste soledad por qué estar rodeada de tanta gente y sentirse solo es gran dolor para el alma, pero sentirse fracasado y sentir que uno mismo ha sido el responsable de ese rechazo, es peor.

Guardar el rencor en nuestro interior, no exteriorizarlo, mascullarlo a lo largo del tiempo, eternizar en nuestra mente la frustración de haber sido agredidos y no haber reaccionado es también una causa de sufrimiento habitual. Nos acostumbramos también a actuar de ese modo, a callar, a modernos la lengua y a dejar pasar las agresiones y luego, en medio de las paredes de nuestra habitación sufrimos y lloramos por no habernos hechos respetar. Nos agredimos, lloramos y nos volvemos a agredir. Al día siguiente perseveramos en seguir pensando el por qué nos agredieron y el por qué no reaccione y así, inevitablemente generamos una cadena de autodestrucción.

¿Por qué actuar negligentemente con nosotros mismo?, ¿por qué darnos el lujo de sufrir y de representar actos de agresión y violencia en nuestra vida?, ¿acaso no es suficiente qué el mundo sea agresivo para qué también nosotros lo seamos?

Actuar de los dos modos antes señalados es una clara evidencia del escaso respeto que nos tenemos. Cultivar actos de agresión en nuestro jardín personal, es como devastar áreas importantes de dicho jardín. Cultivar actos de agresión en nuestra mente con el tiempo ha de generar conductas impropias, seres humanos inseguros, intranquilos, pesimistas y reactivos. Al interiorizar los actos de agresión del mundo nos intoxicamos inicialmente por el virus social de la violencia y luego, inevitablemente contagiados por ese mal, actuamos tal y cual el virus social nos ordena hacer: violentamente.

Al actuar ya sea consciente o inconscientemente de modo violento dañamos el principio universal de desear el bien a las personas que nos rodean. Dañamos nuestro equilibrio interno y generamos respuestas inadecuadas en nuestros sistemas corporales.

Cada acto de agresión, de violencia, de frustración y de envidia, genera inmediatamente en nuestro cuerpo físico una respuesta de estrés comandado por estresores de fase aguda y por corticoides. Dichas reacciones químicas, al perseverar en el tiempo dañan la cubierta gástrica, la capacidad de elasticidad de los vasos sanguíneos, la capacidad de digerir los azúcares, la capacidad de respuesta de nuestras células de defensa y en fin, daña el trabajo en equipo de los distintos sistemas que conforman nuestro mundo interior, nuestro organismo.

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