Construir un futuro para nuestros jóvenes

Por: Rubén Quiroz Ávila

El drama social es evidente por todas las consecuencias posibles. La población en plena etapa de productividad, de 15 a 29 años, que no tiene probabilidad para desarrollarse ni en la dimensión educativa ni laboralmente, la estamos condenando y, con ellos, a gran parte de nuestro futuro como país.

Lo que el INEI (2023) nos advierte con esta alarmante cifra es que hay una brecha escalofriante en la esfera socioeconómica juvenil que debe llevarnos a una profunda reflexión sobre la propia estabilidad venidera de la Nación.

Y, claro, no es posible para la salud del tejido social que normalicemos este registro que evidencia, contundentemente, el fracaso de una falaz prosperidad para la mayoría, por lo visto, ya casi inalcanzable y sin visos de solución inmediata.

¿A qué se dedican estos cientos de miles de jóvenes que no han accedido al circuito educativo superior y tampoco han sido incorporados al mercado laboral? Es altamente probable que la actual situación de anomia social y la imparable implosión de nuestros valores básicos de convivencia, además de la creciente desesperanza que nos lleva al borde de la resignación sean síntomas notorios de un derrumbe inminente de nuestro umbral de tolerancia.

Mientras las capas políticas cabildean y tienden a rutas erráticas, un gran porcentaje del talento nacional se va extraviando en los meandros del colapso institucional y, acaso, nos acercan, tristemente, a la pérdida de fe sobre el porvenir. Lo cual, nos debe llamar urgentemente la atención.

Podemos, seguro, crearnos una sensación fabricada de optimismo y, en la línea consoladora de lógica de autoayuda, repetirnos, ilusos, que no todo está perdido; sin embargo, las cifras han comenzado a mostrar con crueldad el diagnóstico en el cual estamos inmersos ya como país.

Aún en esa convalecencia generalizada, tenemos una oportunidad. Muchos de estos jóvenes están creando y resistiendo, a su modo, con entusiasmo e intuición de sobrevivencia, resistiendo en un país que nos empuja a la permanente resiliencia. Aun cuando parecería sentenciarlos a los márgenes y la mera supervivencia, tenemos en este segmento vapuleado un grado de esperanza conmovedor.

Por eso es un imperativo que mejoren las condiciones para que reaparezca la viabilidad. Muchos de nuestros jóvenes requieren tan solo una buena oportunidad para convertirse en factores de cambio positivo y de impacto exponencial. En una posibilidad de detener y revertir la caída.

Y no solo es una exigencia al Gobierno, sino también al ámbito privado, a la industria nacional con mayores recursos y capacidad administrativa para generar espacios de creación de valor. A todos aquellos que, más allá de sus interpretaciones y preferencias sobre el mundo, asuman con urgencia la innegable responsabilidad de ayudar a mejorar la situación de nuestra intensa, paciente y compleja Nación, antes de que sea demasiado tarde.

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