NUESTRA IGNORANCIA, LA CUNA DE NUESTROS ERRORES (1° PARTE)

Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez

Todos, en algún momento de nuestra vida hemos buscado ser perfectos, nos hemos disgustado con los errores propios o con los ajenos. De seguro que hemos vivido disgustados por la incompetencia de la gente que retrasa nuestros proyectos por algo que podría ser evitado, el error.

HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

De cierto modo, el hecho de tener un mayor conocimiento nos lleva a presentar menos errores en la ejecución de nuestras labores, pero ¿podremos tener todo el conocimiento del mundo para no errar?, ¡no!, es imposible almacenar tal grado de saber en nuestra mente, más aún en un mundo en que nos ha tocado vivir en donde el saber se está duplicando cada dos a tres años.

En virtud de lo antes señalado podríamos considerar como cierto el viejo lema de Sócrates: “Sólo se, que nada se”. Debido a esta avalancha de nuevos conocimientos, al avance de la ciencia y la tecnología cada día somos más ignorantes en esencia, aunque nos resistamos a aceptarlo. En virtud de lo antes señalado, cada día es más probable que se cometan errores, muchas veces involuntarios, muchas veces como fruto del atrevimiento de la ignorancia.

Alguna vez alguien me preguntó si el ser humano era perfecto, yo respondí que sí, que cada ser humano es una creación perfecta de Dios. Entonces vinieron las réplicas a mi aseveración: “puede ser perfecto alguien que nace sin conciencia, sin corazón, sin sentimientos, que tiene minusvalías físicas y/o mentales; podemos hablar de perfección ante la inmensidad de errores que cometen los seres humanos a diario”.

Bueno, a pesar de esas réplicas y los comentarios que pueden asociarse a “tales limitaciones”, yo sigo considerando que cada ser humano es perfecto y que nuestra perfección radica en nuestros errores, en darnos cuenta de ellos muchas veces, en nuestros aciertos, en nuestra constancia por tratar de lograr lo mejor. Nuestra perfección radica en nuestra solidaridad, en nuestros buenos sentimientos y en nuestra comprensión de la ignorancia de los demás.

Basta encontrar reflejada esta apreciación tan arriesgada en un mundo que juzga todo y que busca hallar una “perfección humana” y no una emanada del Creador en las primeras palabras que Jesús de Nazaret emitió estando clavado en la cruz: “Padre, perdónalos, por qué no saben lo que hacen”.

Somos perfectos, como igual de perfecta es una rosa, con sus bellos pétalos y sus puntiagudas espinas. Somos perfectos, al igual que lo es un grano de arena, o la brisa del mar en tiempos de verano.

Cada ser humano tiene una perfección propia. Recuerden, somos distintos pero iguales a la vez. Iguales en el milagro de la vida que se aloja en nuestro ser físico y distintos en las capacidades y limitaciones que tenemos. Cada uno de nosotros es perfecto, en la medida que interioricemos este concepto nuestra relación con el mundo podrá desarrollarse de mejor manera; en virtud de que veamos siempre imperfección y que asociemos esa imperfección a sentimientos negativos, nos sentiremos lastimados por el mundo que nos rodea.

Sólo aquel que nos ha creado sabe el porqué de nuestras limitaciones, de nuestras falencias o de nuestras incompetencias para desarrollar un sin fin de actividades en el mundo actual. Sólo Él conoce nuestro rol en este mundo, si no tuviéramos “las imperfecciones que tenemos”, el mundo de seguro no podría funcionar del modo en que lo hace.

Si todos fuésemos perfectos, no habría desafíos ni nuevos conocimientos, todo ya habría sido descubierto y todo ya estaría establecido, no habría ganadores ni perdedores, no habría ni siquiera competencias. Todos estaríamos preparados para hacer todo, todos cuidaríamos nuestra salud, nuestro cuerpo físico, el emocional y espiritual. No habría razón para las reflexiones. Todo sería tan perfecto que no habría inicio ni fin de las cosas, Los sentimientos de seguro pasarían a un segundo plano. La espiritualidad cultivaría nuestro tiempo y seriamos, pues, todos iguales, no habría individualidad, no habría espontaneidad.

No sé si ese mundo sería aburrido o sería un mundo lleno de felicidad. No podría juzgarlo, me arriesgo más, de seguro que los seres que vivieran ese mundo tampoco lo podrían juzgar, estaría fuera de sus capacidades desarrollar esa actitud, tan humana, tan destructivamente humana.

La vida que nos ha tocado vivir, está llena de perfección, pero una perfección divina que está muy lejos de poder ser entendida por nuestro escaso razonamiento mental.

Definidas así las cosas podemos pasar entonces a valorar que el error en nuestras vidas es algo necesario y vital. Pero hay que considerar que es fundamental equivocarse para alcanzar la verdad. Si nuestro propósito es lograr una meta, probablemente nos equivocaremos varias veces hasta lograr el objetivo planteado. La constancia ante el fracaso y el deseo de alcanzar el sueño y/o la meta es parte del proceso de realización personal. Si nos equivocamos y buscamos corregir la causa del error, si nos caemos y buscamos levantarnos prontamente y evitamos caer, hemos cumplido uno e los objetivos de nuestro plan de vida, superarnos cada día más.

Así que, vale equivocarse. Pero a la vez, también vale mucho no equivocarse.

Si me equivoco por ignorancia debo de buscar los modos de adquirir ese conocimiento que me lleve a no volver a equivocarme, si hago ello, el gozo personal está asegurado.

Pero mucha gente que comete errores no se da cuenta de que se equivoca, ya sea por vanidad o por ignorancia. Ese tipo de errores causa daño. Si no somos conscientes de las cosas, de las actividades que realizamos a diario de seguro pasaremos por alto un sin fin de errores que iremos cometiendo y al final de muchos ciclos lunares veremos acumulado en nuestro camino de vida una cantidad inmensa de errores que dificultarán nuestro avance por el sendero del desarrollo personal.

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