La esquiva muerte

Por Mario Calapuja Guevara

El 8 de mayo de 1945 el teniente Wataru Kawasaki, asignado a la base Kamikaze de Chiran, recibió la inesperada visita de su esposa. Tsuneko había viajado desde Tokio llevada por un presentimiento: su esposo saldría pronto en una misión suicida.

El teniente Kawasaki no cabía en gozo al verla, hermosa como nunca, pues la cercanía de la muerte embellece a la vida. Durante el encuentro dudó si dejar salir sus emociones o cumplir con su talle militar, pero soltó sinceras sonrisas, de aquellas sin mañana.

La angustiada esposa guardaba la esperanza de pasar juntos los últimos días. Experimentar quizá toda una vida antes de separarse, ella hacía Tokio y él a inmolarse. Entonces discutieron como cualquier pareja, nombraron a los hijos que no tendrían, la vida en familia que gozarían de la paz, todo contraído en un instante.

El 11 de mayo por la tarde los pilotos se preparaban para su misión. Antes de la partida participan de un ritual, giran el rostro hacia el palacio imperial para despedirse del emperador. Luego les entregan pequeñas tazas blancas para el ritual del sake; después de un brindis los jóvenes se dispersaron para descansar en el suelo esperando la señal de partida. Los vecinos observan el ritual y con banderitas de papel con el sol naciente se juntan en los bordes de la pista para despedir a los pilotos. El teniente Kawasaki observa desde su cabina a su alrededor en busca de su esposa. Ambos quedaron petrificados al encontrarse las miradas, la última vez que se verían. Sin palabra alguna se despidieron.

Tsuneko comprendía muy bien el trabajo de su esposo, lo importante de su misión y lo orgullosa que debería estar ya que él se convertirá ahora en un héroe nacional. Se inmolaría por el emperador y por Japón. Por más que lo deseará Tsuneko no podría pedir a su esposo faltar a su deber, sería una deshonra para él y para toda la familia. Con impotencia aceptó su futura soledad.

Kawasaki también comprendía su función en la guerra: su unidad era tan solo una pieza de la maquinaria militar y él, apenas un engranaje. La gran tarea busca construir un gran Japón. Estas ideas sobre su muerte tienen significado, lo ayudan a seguir adelante. Al menos moriría con elegancia, “como estalla una joya”.

Tras la partida de los aviones la pista quedó desierta, a excepción de Tsuneko y algún personal de tierra. Ella observaba el cielo en silencio hasta que desaparece la flotilla detrás de las nubes.

El teniente Kawasaki le dejaría a su esposa solo una cajita, con un mechón de cabello y sus uñas cortadas. Lo demás será entregado al mar, en una explosión.

Tsuneko regresó a su hospedaje, pero esa misma tarde recibió la noticia: el esposo había vuelto a la base porque su avión sufrió problemas mecánicos. Entonces vivieron juntos de nuevo, imaginaron una segunda versión de sus vidas, la última. Repitieron los saludos y las despedidas.

A pesar de la oportunidad, el teniente Kawasaki se mostraba ambiguo pues había fallado en su deber, sus compañeros ya no estaban, con ligera pena les decía: “Pronto nos veremos en Yasukuni”. Kawasaki se preguntaba si mañana le tocaría a él. Entonces observó la hierba que crecía entre el concreto, sobreviviendo apenas, pálida y aferrándose a la vida. El piloto comprendió que todo lo que hiciera a partir de ahora lo haría por última vez.   

Programaron la próxima salida de la unidad especial para el 24 de mayo. Una vez más la gente, la ceremonia y la dolorosa despedida se repitieron. Kawasaki y Tsuneko tuvieron que soportar la penosa experiencia. El teniente dejó otra vez a su esposa. Con la imagen de ella en mente partió a cumplir con su deber y esta vez sería sin retorno pues dudaba si podría soportar otra despedida.

La tarde del mismo día Tsuneko recibió en la casa a su esposo, una vez más su avión presentó problemas mecánicos y tuvo que volver. Pero ahora no pudieron imaginar una vida juntos ya que Kawasaki debió retornar a la base a esperar su próxima misión. Quizá fuese mejor estar separados.

Ya en su catre de campaña fue perseguido por los fantasmas de sus compañeros. Sin preocuparse por el futuro y solo viviendo el presente encontró dentro de sí el deseo de morir pronto, de dispersarse sobre el enemigo como los pétalos de las flores de cerezo. Kawasaki ya no tenía miedo a la muerte pues se encontraba un paso más allá de la realidad. Pidió para sí mismo que lo recuerden, aunque fuera motivo de tristeza, evitando tal vez así ser olvidado.

El 30 de mayo el teniente Kawasaki murió mientras probaba un avión de combate Tipo 1. El aparato se estrelló y él falleció en el acto. Después del funeral sintoísta la viuda regresó a Tokio con la cajita de madera que contenía las cenizas de su esposo.

(Ensayo, basado en una historia encontrada en el libro “Kamikazes” de los autores Albert Axell y Hideaki Kase)     

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