EN LA VEJEZ NO ME ABANDONES

Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

El próximo domingo, 28 de julio, a la par que en el Perú celebraremos 203 años de nuestra Independencia Nacional, a nivel mundial los católicos celebraremos la IV Jornada Mundial de los Abuelos y las Personas Mayores, instituida por el Papa Francisco para atraer nuestra atención hacia la importancia de los abuelos y ancianos, tanto en la sociedad como en el seno de la familia y, por supuesto, también en la Iglesia. Importancia que, lamentablemente, muchas veces se ve eclipsada y, como nos dice el Papa en su mensaje para esta Jornada cuyo título encabeza esta columna: «Con mucha frecuencia la soledad es la amarga compañera de la vida de los que como nosotros son mayores y abuelos».

Las causas de esa soledad varían según las naciones. Por ejemplo, en naciones que están en guerra, jóvenes y adultos deben partir al frente de batalla y las mujeres huyen llevando a sus niños para protegerlos de la muerte, dejando solos a los ancianos. En otras naciones, familias enteras se ven obligadas a migrar para buscar un futuro mejor, pero como las travesías son largas y riesgosas, no pueden llevar consigo a los abuelos. En nuestro propio Perú, el movimiento migratorio del campo a la ciudad ha ocasionado que muchos pueblos estén habitados mayoritariamente por ancianos. Así, son millones y millones de abuelos y personas mayores, por todo el mundo, que terminan quedándose solos.

Este fenómeno, que viene de larga data, se ve ahora incrementado por una corriente inhumana y perversa que pretende poner a los jóvenes contra los ancianos. Como dice el Papa en su citado mensaje, «hoy en día está muy extendida la creencia de que los ancianos hacen pesar sobre los jóvenes el costo de la asistencia que ellos requieren y que de esta manera quitan recursos al desarrollo del país y, por ende, a los jóvenes… Es como si la supervivencia de los ancianos pusiera en peligro la de los jóvenes. Como si para favorecer a los jóvenes fuera necesario descuidar a los ancianos o, incluso, eliminarlos». Es una faceta más de la que san Juan Pablo II llamó “cultura de la muerte” y el mismo Francisco llama “cultura del descarte”, según la cual se debe prescindir de aquellas personas que los que siguen esa “cultura” consideran inútiles porque no aportan materialmente nada a la sociedad y, más bien, a esta le cuesta sostenerlos. De ahí proceden el aborto, la eutanasia y el suicidio asistido, a los que se pretende elevar al rango de “derechos humanos”. Lo peor es que, como dice el Papa en el mensaje que venimos comentando, «a menudo los mismos ancianos terminan por someterse a esta mentalidad y llegan a considerarse como un peso, deseando ser los primeros en hacerse a un lado».

En este contexto, la Jornada Mundial de los Abuelos y las Personas Mayores es ocasión propicia para meditar sobre el modo en que nos relacionamos con los ancianos y atendemos sus necesidades, no sólo al interior de la familia sino en toda la sociedad y desde el Estado. Los abuelos y las personas mayores son nuestras raíces y la memoria histórica de cada familia y pueblo. Tratémosles con ternura, seámosles cercanos, hagámosles notar que son muy importantes para nosotros y recorramos junto con ellos esta etapa de la vida.

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