La cultura de las libertades y la política

Por Carlos Hakansson

El Montonero


La pregunta fundamental que surge al analizar la dinámica de las instituciones es: ¿qué condiciones hacen posible la política como una actividad genuinamente humana? Consideramos que el fomento real de una cultura promotora de las libertades civiles y políticas da lugar a comunidades con una ciudadanía robusta, capaz de sostener la institucionalidad. Los ciudadanos, al sentirse libres, están convencidos de que el gobierno no debe invadir su esfera personal.

Los países anglosajones fueron pioneros en este aspecto, dando origen a obras clásicas como «Sobre la libertad» de John Stuart Mill y «El segundo tratado sobre el gobierno civil» de John Locke, así como el origen del movimiento constitucionalista y las garantías del debido proceso. En contraste, en las dictaduras y regímenes autoritarios no se practica la verdadera política, ya que el gobierno prioriza su perpetuación en el poder y toma decisiones sin ningún control político de oposición.

La política genuina se desarrolla en un marco de ejercicio del poder en libertad, facilitando la participación de representantes del gobierno y de la oposición en asambleas con mandatos renovables cada cuatro, cinco o seis años, mediante procesos electorales transparentes, con voto libre, universal y secreto. La tarea de alcanzar el bien común compete a todos los representantes políticos, no a una parte de ellos; lo contrario es una dictadura.

Los países más libres han abrazado la democracia, que tiene una larga historia de educación a sus ciudadanos en una cultura que valora el ejercicio de las libertades civiles y políticas. Esto se traduce en un conjunto de principios que protegen los derechos humanos y establecen reglas para un buen gobierno civil.

En Europa continental, en cambio, han logrado una técnica de libertad para contrarrestar tendencias estatistas, aunque esta libertad se ve amenazada por el crecimiento progresivo de la administración pública e invasión de espacios reservados para la persona individual y la familia. Los países que carecen de una cultura de libertades han adoptado de modo formal las ideas de la Ilustración a través de sus procesos ya sea fundacionales o emancipadores, pero con desigual desarrollo.

Finalmente, en los países menos institucionalizados, el pueblo carece de formación en libertades y convive con la concentración del poder, el populismo y una judicatura controlada por un órgano externo que los nombra, ratifica o remueve jueces y fiscales. Se vive en aparente libertad hasta que se necesita justicia, la cual tarda o nunca llega, impidiendo que cada uno reciba lo que le corresponde.

El avance del progresismo ha promovido un mayor estatismo, desnaturalizando el concepto de derechos humanos con un enfoque equivocado en la igualdad en detrimento de las libertades individuales. Una visión igualitarista que ignora la meritocracia y tiende a nivelar la sociedad hacia abajo mediante normativas y regulaciones que afectan el derecho a la propiedad, la libertad de empresa y la iniciativa privada.

Una frase de Orwell, en su obra «La rebelión en la granja» describe muy bien sus resultados: «Todos somos iguales, pero unos más iguales que otros». Las libertades se ejercen bajo el principio de «todo está permitido si no está legalmente prohibido»; sin embargo, en la cultura europea continental, parece que la libertad consiste en sólo realizar lo regulado por el orden estatal.

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