En el nombre de la democracia
Por Francisco de Piérola
El presidente Joe Biden se retiró de la contienda electoral el pasado domingo a través de un mensaje en redes sociales. La misiva digital fue seguida por un mensaje de apoyo a su actual vicepresidente Kamala Harris como la responsable de tomar la batuta para que los mal llamados “demócratas” continúen en la Casa Blanca por cuatro años más. Pero algo huele mal.
Hace apenas unos meses, la élite del partido que lleva un burro como mascota y también la “realeza” de Hollywood aclamaba a Biden no solo como el mejor candidato para vencer a Trump, sino que lo ungían como el mejor mandatario de la historia de los Estados Unidos. Un balbuceante anciano, acariciando la demencia de manera progresiva, estaba siendo alzado como héroe en esta batalla por la democracia.
Esta pantomima vio el inicio de su fin en aquel desastroso debate, donde Donald Trump mostró piedad para no patearle el trasero, como suelen en tierra de Washington. Para la mitad del país (y el mundo) era un secreto a voces que la mente del candidato demócrata había perdido la agilidad de sus años mozos. Por casi un lustro han denunciado la incapacidad de Biden para ejercer el cargo más importante del planeta. Por años, también, el partido azul, la prensa, la academia y las celebridades han mentido descaradamente al público, encubriendo el deterioro del lacayo de Obama.
Pero ya era muy tarde. Catorce millones y medio de ciudadanos votaron por Joseph Biden durante el primer semestre de este año en las primarias, lo que se traduce a 3905 delegados comprometidos con oficializar su candidatura a la cabeza del partido demócrata en la venidera convención de mediados de agosto. Esos estadounidenses votaron por Biden como candidato, no por Kamala Harris. “Los delegados elegidos para la convención nacional comprometidos con un candidato presidencial deberán reflejar con toda buena conciencia los sentimientos de quienes los eligieron”, dice la norma.
El pasado miércoles, Biden hizo una aparición luego de una semana de ausencia. Sentado en el despacho oval, se dirigió al país entero para tratar de explicar las razones de su separación con los comicios. ¡Pero no dio explicación real! Dijo que era lo mejor para la democracia que cediera el paso para una nueva generación. ¡Pero él mismo está faltando a la democracia que lo eligió para ser el candidato!
El presidente evitó señalar su deterioro como causal de bifurcación política. Lo mismo hizo su antipática secretaria de prensa, Karine Jean-Pierre, quien negó que la salud de Biden tuviera que ver con su partida. Vamos a suponer que están diciendo la verdad. Si no es por la salud, entonces es porque se han dado cuenta de que Biden no le puede ganar a Trump y están pateando el tablero en nombre de la “democracia”. Si el titular no era el mejor candidato que podía producir el partido de izquierda, ¿por qué lo postularon y por qué lo eligieron? Han esperado a interpretar las encuestas con vaticinio negativo para jubilarlo en el minuto 90.
Ahora vamos a la realidad. El señor no puede ganarle a Trump porque no da más. Le queda poco tiempo de lucidez y los estadounidenses lo saben. Los demócratas ya lo sabían desde hacía tiempo. Si ahora lo están confirmando, lo que deberían hacer, si es que verdaderamente son abanderados de la democracia, es vacarlo haciendo uso de la vigésimo quinta enmienda que otorga la potestad en cuestión. Pero no lo van a hacer. Por el contrario, le van a regalar seis meses de presidencia a un muerto viviente para que se haga cargo del país más importante en tiempos, no solo de crisis moral, sino de amenaza nuclear. Rusia, Hamas e Irán celebran la torpeza del partido demócrata y apuestan por la filosocialista Harris para derrumbar el imperio desde adentro.