El Romanticismo de la Poesía Loncca
Por: Goyo Torres
(Segunda parte del ensayo sobre los orígenes y las transformaciones de la poesía Loncca)
Momento de la Apropiación
El momento se inicia con la Rebelión de los Pasquines (1780). «El pueblo agobiado por los impuestos, comienza a manifestar su protesta a través de pasquines en los que amenaza con ajusticiar al corregidor Sematnat» (Delgado Díaz del Olmo en: Apóstrofe Nº 1 p. 23). Este suceso es un acto simbólico que marca el cambio de los tiempos. De alguna manera, también coincide con el Romanticismo en la historia de la literatura.
Uno de los postulados del romanticismo era la búsqueda del color local, el rescate de las tradiciones olvidadas. En el caso de las colonias hispanoamericanas, los propósitos románticos se van a trasladar a las luchas de independencia, y al afianzamiento de las nuevas repúblicas. Así surgirá el romanticismo político. En este sentido, dos movimientos libertarios que tuvieron gran influencia en la ciudad fueron los liderados por José Gabriel Condorcanqui (1780) y más tarde la del Brigadier Mateo Pumacahua (1814).
En este entramado de luchas y conflictos, se elaboran una serie de estrategias para legitimar el discurso de la libertad. En este propósito, como ha sido largamente demostrado, se idea el discurso de la homogeneidad. «Por razones evidentes, los discursos homogeneizadores más explícitos se produjeron en la esfera pública, específicamente en la política» (Cornejo 1994: 112).
Fiel a los postulados del romanticismo y a la causa de la independencia, los intelectuales criollos de la ciudad se entregaron a la elaboración de una imagen homogénea para la colectividad arequipeña. Práctica, por demás, usual en otras áreas de Hispanoamérica. Dice Cornejo Polar: «Los grandes discursos homogeneizadores se sitúan en el siglo XIX, alrededor de la emancipación, cuando se hace imperioso imaginar una comunidad lo suficientemente integrada como para ser reconocida, y sobre todo para reconocerse, como nación independiente» (1994:92). Esto supone todo un complicado proceso de autopoiesis.
Y en este contexto, la mejor manera de exhibir la imagen de una ciudad cohesionada, con todas sus clases sociales comprometidas en la misma causa, era construir algún símbolo cultural que englobara a todos. El yaraví fue un buen motivo. Emerge la figura de Mariano Melgar que recoge la expresión loncca, la transporta a la escritura, la estetiza, la afina, la castellaniza y le otorga el estatuto de Literatura (Tamayo Vargas 1993:398).
Estas composiciones, conocidas sólo como canciones en su primer momento recibirán, a partir de 1862, el nombre de yaravíes melgarianos (Carpio 1976: 29). Canciones que eran cantadas y a veces recitadas, tanto en el salón del aristócrata como en la picantería pueblerina.
En buena cuenta, lo que hace Melgar con el yaraví no es un hecho aislado, producto de la genialidad. Es más bien una práctica recurrente en el contexto latinoamericano (Hernández y la poesía gauchesca). Pero lo interesante de este trasvase de oralidad a la escritura, tiene que ver con la práctica que continuó desarrollando el pueblo mestizo. Si por un lado su forma expresiva fue asimilada y resemantizada por la elite letrada que la transforma en manifestación culta y admitida por la oficialidad como yaravíes melgarianos:
Por su parte, los lonccos continuaron haciendo uso de ella sin mayores pretensiones literarias. Siguieron utilizándola, como lo habían hecho siempre, para cuestiones prácticas de la vida:
Pajarillo
Picando la flor estáis
Cuidau pues con la liga,
Padeciendo estoy;
No te vayáis a pegar
Por desgraciado que soy
(Carpio 1976: 175)
Este segundo momento de la expresión loncca concluye con un hecho por demás simbólico: el traslado de los restos de Mariano Melgar al Cementerio General de Arequipa (1833).
Momento Regionalista
El tercer momento se inicia, no podía ser de otro modo, con los primeros alzamientos armados en la ciudad (1834). «Arequipa entra de lleno en la agitada vida republicana del país, apoyando al presidente constitucional, el general José Luis Orbegoso, derrocado por otros militares de las guerras de independencia, los generales Agustín Gamarra y Pedro Bermúdez. La ciudad se apresta a la lucha alzando un ejército, que vence a las fuerzas enviadas en su contra, pero que sucumbe en un segundo encuentro. Arequipa cae en poder de los generales usurpadores. Poco tiempo después, un nuevo levantamiento popular pone fin a la ocupación». (Delgado Díaz del Olmo en: Apóstrofe Nº 1 p. 25).
Ahora, la elite criolla, en su condición de libre, se apodera de los cargos políticos, sociales y económicos. Asume una posición separatista del Perú. Una de esas cabezas, sin duda la más influyente de la época, fue la del Deán Juan Gualberto Valdivia (1796-1884). Este personaje se declara, de modo franco y abierto, a favor de la confederación Peruano-Boliviana y de la separación de Arequipa del centralismo limeño y por último, si fuera el caso, del Perú.
Así lo manifiesta Mostajo: «Se agitó y luchó por la grandeza de Arequipa, por el honor de la tierra nativa, con provincialismo feroz, si se quiere, hasta soñar con la capitalidad, no de la república, sino del Sud Perú, erigido en Estado Independiente y confederado con el Alto Perú, dejando al Nor Perú que siguiera la suerte que quisiera imprimirle Lima a la que tildaba de Babilonia. Desde luego, en su mente había el designio de que también su ciudad fuese a la postre la capital del Sud y Alto Perú confederados». (Ballón 2000:236).
El pasaje citado brinda una idea aproximada del sentimiento regionalista y separatista que embargaba a los criollos en este momento. Esto explica, desde mi punto de vista, los numerosos levantamientos que se producen en Arequipa en los años que siguen a 1834 y se prolongan, incluso, hasta bien entrado el siglo XX. «Las oligarquías liberales de fines del siglo XIX y principios del XX habían hecho como que constituían Estados, pero sólo ordenaron algunas áreas de la sociedad para promover un desarrollo subordinado e inconsistente; hicieron como que formaban culturas nacionales, y apenas construyeron culturas de élite dejando fuera a enormes poblaciones indígenas y campesinas que evidenciaron su exclusión en mil revueltas». (García Canclini 1990:21)
En este agitado panorama la expresión loncca termina contaminada por el discurso político regionalista. No debe sorprender que de esta época date un refrán muy conocido en la ciudad: «Arequipeño, ni grande ni pequeño» (González 1978:80). El discurso regionalista criollo se legitima en la expresión loncca. Es decir se traslada a un nuevo lugar de enunciación. Con esto fabrica una semiosis de doble efecto en el imaginario colectivo: a) Borra el pasado que la ciudad tuvo en el Virreynato. Pasado de sometimiento a la metrópoli colonial que le valió el título de «La muy noble, muy Leal y fidelísima Ciudad de la Asunción de Nuestra Sra. del Valle hermoso de Arequipa» (IV Centenario 1940:20). b) Otorga una nueva identidad a la colectividad arequipeña, presentándola ahora como rebelde, inconforme con los dictados de la nueva metrópoli (Lima) y orgullosa de sus potencialidades sociales y geográficas:
Un día se encontraron en el camino dos hombres
Cada cual fuera de su querencia.
Uno era norteño, arequipeño el otro.
Discutieron largamente de las bondades de sus terruños.
—En Trujillo nació Dios –dijo el norteño.
—Pero se hizo hombre en Arequipa –le contestó el otro.
(Prado 1982: 47)
En este período se originan los grandes mitos sobre Arequipa: «León del Sur», «Cuna de la jurisprudencia», «República independiente», «La ciudad caudillo», «Revolucionaria», «La Roma del Perú», etc. Esta nueva identidad que se construye para Arequipa se valida con su funcionalidad en el nuevo contexto histórico y social que vive el país y particularmente la ciudad.