Sensacionalismo: el precio de nuestra atención

Por: Ricardo Montero

REFLEXIONES

Cada vez es más doloroso observar que la información más espectacular, ostentosa y dramática, generalmente envuelta en medias verdades o falsedades completas, está moldeando la manera como consumimos y entendemos las noticias. Con frecuencia se sacrifica a la veracidad en favor de la atención instantánea, creándose la sensación de que lo efímero y lo superficial es superior a lo sustancial.

Mario Vargas Llosa advirtió en La civilización del espectáculo (2012) que “el triunfo del periodismo amarillista y la frivolidad de la política son síntomas de un mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea: la idea temeraria de convertir en bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos”.

Veinte años antes, en el libro Los cínicos no sirven para este oficio, Rysard Kapuscinski atribuyó la exacerbación de este fenómeno a que el mundo de los negocios descubrió, tras el final de la Guerra Fría, “que la verdad no es importante (…): que lo que cuenta, en la información, es el espectáculo. (…) Cuanto más espectacular sea la información, más dinero podemos ganar con ella. De esta manera, la información se ha separado de la cultura: (…) quien tenga dinero puede tomarla, difundirla y ganar más dinero todavía”.

El sensacionalismo, el amarillaje, la descontextualización y, por consiguiente, la desinformación y la mentira están ganando terreno porque se ha monetizado la captura de la atención del usuario, a toda costa. Plataformas como Facebook, X, YouTube y otras incentivan la generación y difusión de contenidos altamente llamativos, independientemente de su precisión o valor social, con el fin de que sus creadores obtengan ingresos mediante la publicidad.

La tecnología ha contribuido a esta profundización de la desconexión entre la información y la cultura. Sin embargo, no basta con observar críticamente este elemento y, paralelamente, la evolución de los medios de comunicación, para entender el porqué estamos en esta situación.

El sociólogo y filósofo polaco-británico, Zygmunt Bauman, explica que la industrialización posterior a la Segunda Guerra Mundial llevó al hombre a dejar de lado la sensación de satisfacción y bienestar, y buscar su libertad individual en una sociedad consumista que lo satisfaga cada vez más rápidamente, y no necesariamente con productos básicos, como los alimentos, sino con productos de menor importancia, desenvolviéndose en un espacio donde importa el hoy, pues el ayer ya no existe, y el mañana deja de ser vital porque está por construirse.

El sensacionalismo y la espectacularización están creando un escenario donde el show predomina sobre el contenido sustancial, preciso y profundo. Este fenómeno nos coloca ante un desafío crucial: cómo contribuimos, desde el puesto que ocupemos, a reconstruir una sociedad informada y crítica, capaz de distinguir entre lo irreal y el conocimiento verdadero.

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