Trascender la muerte

Por: Christian Capuñay Reátegui

REFLEXIONES

La muerte llega como un huracán que levanta desde los cimientos las bases de cualquier estructura mental que hasta ese momento se creía capaz de afrontarla con aplomo. Sabemos que puede aparecer en cualquier momento, hoy, mañana, en un mes, o en un año, pero pensamos en ella como algo todavía lejano, tal vez esperando que aquello postergue su arribo un poco más.

Nuestro instinto nos empuja a aferrarnos a la vida. En las salas de cuidados intensivos de los hospitales, los enfermos luchan por sobreponerse a la muerte. Sus corazones continúan latiendo aun cuando los demás órganos ya casi han colapsado.

Los allegados de quien muere también mueren un poco. La muerte lo cambia todo. Aunque parezca un juego de palabras, la vida ya no vuelve a ser la misma después de la partida de un ser amado. La muerte es un escándalo.

Se nos dice que morir forma parte de la vida y que tarde o temprano nos encontraremos con el momento final. Sabemos muy bien que vamos a expirar. Y, sin embargo, solo el pensar en esa posibilidad nos perturba. ¿Por qué la idea de la muerte nos espanta?

Más que temor, nos llena de angustia el no saber si hay algo después de ella o si solo la nada. La muerte es uno de los grandes misterios de la vida.

La religión y la fe intentan ofrecerle al hombre certidumbre, prometiendo la vida eterna y un reencuentro en un sitio mejor con nuestros afectos. Creyentes o no, nadie quiere morir. Por el contrario, el ser humano busca escapar de la muerte, trascender a ella. Al hombre le angustia su naturaleza finita y su finitud lo empuja a buscar la manera de trascender. Por eso hay arte en el mundo, por eso existe la música, la poesía, la pintura, por eso salimos de las cuevas y por eso el hombre construye cohetes y naves para explorar el sistema solar y el universo.

El arte trasciende a los hombres, al tiempo y supera a la muerte. No solo permanece física y materialmente, sino que su mensaje alcanza a muchas generaciones al transmitir las emociones con las que fue construido.

El amor hacia los seres queridos a los que tuvimos que ver partir también trasciende la muerte. No existe fuerza humana o sobrenatural que pueda extinguirlo, aun cuando nunca más en lo que nos reste de vida volvamos a ver a esa persona. Ese sentimiento trasciende el tiempo, el espacio y vence incluso a la muerte.

Me tocó despedir a mi padre, Manuel, quien se fue en paz y sin dolor después de una dilatada existencia. Lo que me dio y lo que no me dio formaron la persona que soy hoy. Su recuerdo me acompañará el tiempo que me queda y para él solo tendré palabras de agradecimiento. Para ti, querido papá, son estas líneas.

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