PEREGRINOS DE ESPERANZA
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa
Nos encontramos en el mes de septiembre. El fin de año se acerca y, con él, el inicio del Jubileo del 2025 al que, siguiendo la tradición de la Iglesia, el Papa Francisco nos ha convocado. En esta ocasión, el jubileo tendrá inicio el 24 de diciembre de este año, víspera de Navidad, y concluirá el 6 de enero de 2026, solemnidad de la Epifanía del Señor. Como todo año jubilar, será un tiempo de gracia, es decir que Dios nos enviará unas gracias especiales para que podamos vivir mejor nuestra comunión con Él, con el prójimo y con la creación y, en consecuencia, mejorar también nuestra calidad de vida, porque la calidad de vida no se mide únicamente por los bienes materiales sino que es algo mucho más grande y profundo. Una de las gracias que el Papa desea para este jubileo, según lo ha escrito en su bula de convocatoria, es que «sea, para todos, ocasión de reavivar la esperanza» (Spes non confundit, 1); por eso, el lema que ha elegido para el año jubilar es “Peregrinos de esperanza”.
Razón no le falta a Francisco, porque a raíz de la pandemia del COVID-19 y en medio de las guerras, las dificultades políticas, injusticias sociales y limitaciones económicas, por sólo citar algunas causas, un alto porcentaje de la humanidad que se ha ido alejando de la comunión con Dios y pretendiendo vivir de espaldas a Él, ha ido perdiendo la esperanza. De modo que, como dice el Papa en su misma bula, para muchos «la imprevisibilidad del futuro hace surgir a menudo sentimientos contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad» (n. 1). La esperanza cristiana, en cambio, es sólida y no defrauda, porque no está fundada en lo que podamos ser o hacer, ni siquiera en lo que podamos creer. Eso sería un mero optimismo humano. La esperanza cristiana está fundada en el amor de Dios que nos hace partícipes de la victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte y nos introduce en su vida divina ya desde este mundo.
Desde esa perspectiva, resulta cada vez más urgente que la humanidad recupere la esperanza, porque como también nos dice Francisco en su bula, «el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gn 1,26), no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer por realidades materiales. Eso nos encierra en el individualismo…generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes» (n. 9). Por eso, en su misma bula, el Papa ha convocado a los cristianos a ser signo y agentes de esperanza para los demás. Y, con esa finalidad, nos ha pedido que este año 2024 nuestra oración sea más intensa, para que los corazones se puedan abrir a la gracia del jubileo y resurja así la esperanza (Carta, 11.II.2022); porque, como él mismo lo dijo unos años atrás: «La oración es la fuerza de la esperanza. Tú rezas y la esperanza crece, avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza…Los hombres y las mujeres que rezan saben que la esperanza es más fuerte que el desánimo» (Audiencia general, 20.V.2020).