Una partida que puede marcar un punto de inicio
Por Juan Sheput
A fines de la década de los ochenta el país se sacudía en una incertidumbre y un caos que algunos han catalogado como peor inclusive que la guerra con Chile. Una inflación monstruosa, un aparato estatal calamitoso y una inseguridad desbordante eran tres de los jinetes del apocalipsis de la que se considera como la década más nefasta del siglo pasado. Un terrorismo altanero, que se sentía a punto de ocupar el poder, hacía que el deseo de ser presidente de la República se convirtiese en una aspiración suicida, cargada de responsabilidades que exigían de experiencia y equipo para enfrentarlo.
Alberto Fujimori llegó al poder. Reemplazó la experiencia por un pragmatismo influenciado por su formación matemática, que le permitía ver la realidad sin maquillajes. Y el equipo lo fue armando en el camino, con la ayuda de su hermano Santiago, priorizando el componente técnico. La palabra tecnócrata se puso de moda y lo negativo del contexto generaba que uno desee trabajar en el Estado poniendo su grano de arena.
Controló la inflación. Derrotó a los grupos terroristas de Sendero Luminoso y el MRTA. Colocó las bases de lo que luego se llamó los fundamentos de la economía peruana. Y empezó un proceso de acercamiento del Estado a todos los pueblos, a través de Foncodes (Fondo de Cooperación para el Desarrollo Social), en una serie de microproyectos sociales que no se han vuelto a replicar. Ello originó el agradecimiento del pueblo, tal como se manifestó en las elecciones de 1995 en donde arrasó en las urnas a un desconcertado Javier Pérez de Cuéllar. Pero como es la condición humana, surgió lo negativo. El ascenso de Vladimiro Montesinos nos llevó a un estado de corrupción también sin parangón, que se facilitó con el golpe de Estado de 1992.
El fallecimiento de una persona y el reconocimiento de su lado positivo no debe conllevar a que se anule su biografía. Fujimori inauguró un ciclo dictatorial y corrupto que debe evaluarse por separado de lo que es en la actualidad su partido, Fuerza Popular, liderado por su hija Keiko Fujimori, que ha dado muestras serias y responsables de respetar la democracia.
No es momento de evaluar el legado de Alberto Fujimori, que contiene aspectos positivos y negativos. Mucho menos de determinar su papel en nuestra historia. Para eso se requiere de la objetividad que se fortalece con esa línea recta que es el tiempo. Pienso que esa evaluación debe servir para que el país tenga la entereza de voltear la página, entender que la década de los noventa es cuestión del pasado y, sin olvidar, emprender un camino de reconciliación en el cual podamos tener la posibilidad de convivir democráticamente. El Perú no puede pasar otros 30 años peleando. Se requiere de una transición hacia una democracia más robusta que, admitiendo las discrepancias, llegue a grandes acuerdos.