El muchacho
Por Pamela Cáceres
Ayer mi muchacho, el muchacho, se convirtió en un punto amarillo en medio de aguas abiertas. Con once años, con una boya, sin aletas, sin traje de neopreno y con un gorro amarillo se sumergió en medio de las aguas de la laguna de Uzuña, 3239 msnm, 10 grados centígrados de temperatura media. Lo fuimos mirando hasta que se convirtió en un punto, tratamos de distinguirlo con unos binoculares, pero después de cuarenta minutos de nado sin descanso solo había puntos en movimiento y ya ni siquiera teníamos la certeza de cuál de aquellos puntos era Santiago, mi muchacho. El muchacho que se ha propuesto nadar 3000 mil metros de lejanía.
Aquel muchacho es ahora un pequeño punto en un horizonte que no es el mío, un punto fuera de mi mapa, aguas abiertas, una geografía que no me dejaría existir más de cinco minutos.
Una alegoría, pienso, aunque me niego a creer que sea una alegoría de la maternidad o de la crianza. Ya hay demasiadas figuras retóricas en ese espacio, demasiada cuerda.
Imagino que aquel punto amarillo marca una línea de distancia. La distancia del querer humano. Una distancia que nunca se sabe si es la adecuada, la correcta, la necesaria, la natural, la insana. Se hace lo que se puede con esa distancia.