Señor de los Milagros: fe para el cambio

Por: Ricardo Montero

REFLEXIONES

“Vengo a pedirle al Señor de los Milagros que nos proteja de la delincuencia para que podamos caminar por las calles sin temor”, dice una veterana mujer ante el micrófono de un reportero de televisión. Más adelante, un joven revela su pedido: “trabajo digno”, y luego una madre que lleva de la mano a uno de su hijos: “Ruego al Señor para que las autoridades nos escuchen y para que se acabe tanta corrupción”. Estos testimonios muestran que la procesión del Señor de los Milagros ha evolucionado de símbolo de devoción a poderosa expresión de resiliencia social y de aspiración por un mejor provenir. 

El ritual religioso ha propiciado la creación de un espacio donde la fe y la lucha por un futuro mejor se entrelazan, una especie de catalizador de los anhelos individuales y colectivos por un cambio social, y así construir un Perú mejor. Sin embargo este espacio usado por la comunidad para reclamar que la escuchen y la apoyen en su lucha contra las adversidades, y expresar, con fuerza, su voluntad por alcanzar el desarrollo nacional, puede desaparecer si permitimos que intereses externos conviertan la festividad en un mero evento turístico y comercial.

La procesión del Señor de los Milagros debe inspirar acciones para concretar las aspiraciones colectivas por una mejor economía, un combate eficaz contra la delincuencia y una lucha frontal a la corrupción. La memoria colectiva de esta festividad debe servir como un faro que guía nuestras decisiones y acciones, impulsándonos a todos, unidos, a trabajar por un Perú más grande.

En consecuencia, la procesión del Señor de los Milagros tiene el potencial de transformarse en un movimiento que al fusionar la fe con la acción social genere la energía y las ideas necesarias para que la seguridad, el empleo y la transparencia sean realidades, no solo deseos. Alcanzaremos esa aspiración si los líderes en todos los campos se comprometen a escuchar las demandas, y la comunidad se compromete a cumplir su obligación de respetar la ley.

La fe puede ser el impulso que nos motive a actuar y buscar un cambio real en nuestras vidas y comunidades. La fe propicia la organización de grupos solidarios de lucha contra la pobreza y de defensa de los derechos humanos, otorga a las personas la capacidad para profundizar la resilencia y proponer cambios, y genera la práctica de principios éticos y morales.

La fe puede desempeñar un papel movilizador en la lucha por la justicia social y ser una fuente de identidad, resistencia y movilización en contra de los problemas que impiden nuestro desarrollo, como la delincuencia o la corrupción. El milagro radicará, por lo tanto, en la capacidad de convertir la fe y la devoción en acciones concretas que garanticen un futuro más justo y equitativo para todos.

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