Tres partidos…

Por: Raúl Mendoza Cánepa

No había pensado que el mercado político se rige, como la economía, por la oferta y la demanda, hasta que lo escuché. Si fueran seis o siete partidos, o menos, en el tablero, encaminados a una elección general, el partido ganaría valor y lo perdería el militante con aspiraciones. 

En tal caso serán más los partidos dispuestos a cobrar por un lugar en la lista o a descartar candidaturas sin dinero propio. El mercado sería restringido para aquel que quiera hacer política, pero pasando luego factura de lo que pagó. Al ser escasos, los partidos pueden imponer condiciones más rigurosas a los candidatos, como mayores cuotas de afiliación, donaciones o compromisos programáticos. 

Es por el costo personal de la campaña y la escasa noción de ética pública que se produce el envilecimiento. El “mochasueldos” apurado, el que hace lobby para beneficiarse ilegalmente o el que dice que gana poco como congresista, son ejemplos de la desesperación por recuperar lo invertido, como si de una inversión comercial se tratara. Si se suma el voto preferencial, el congresista (enajenado por el patrimonialismo) pensará que el escaño es suyo y no del partido, porque para eso pagó el pasaje en la combi y, por tanto, nada hay de “objetable” en mudarse de vehículo después.

Si se compite con muchos partidos (digamos, alrededor de setenta, como en 2026) en elecciones generales y locales, mayor será la demanda de las organizaciones por completar sus plazas en poco tiempo. Con restricciones de plazos tan apretadas para poder candidatear, la búsqueda de cuadros se hace una guerra contra el calendario. 

En el Perú sobran los partidos, y el mercado se ha tornado en uno muy parecido al de las ligas de fútbol, donde lo que vale es el buen fichaje. Por lo pronto, todas las fórmulas presidenciales (pasado el plazo) solo pueden armarse con lo que ya hay dentro del partido. Un ejemplo es Carlos Añaños, que puede ser invitado en la lista del PPC al Senado o Diputados, pero no puede ser candidato a la Presidencia ni a las Vice. Es la consecuencia de irse del partido donde estaba más “seguro”.

Una pésima legislación electoral en un escenario peligroso, una mala legislación de partidos, una vil y canalla manera de ver la política, un congreso de otorongos, partidos que se divorciaron de sus fundadores y que menosprecian la decencia. ¡Cómo no extrañar a Haya, Belaunde y Bedoya! Mejorar la política es multiplicar los distritos electorales, hacerlos binominales; y si Duverger y Sartori tienen razón, reducir el número de partidos a dos o tres, privilegiando las ideas, la decencia y la sabiduría. 

Es tal la fragmentación de 2026 que hasta el caballo de Calígula entraría a una segunda vuelta con un 5% dejando en la fila a más de una decena de empatados en 2%. Los legisladores y reformadores electorales, para variar, pusieron nuestros pies en el lindero del abismo.

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