Un clásico de triste actualidad
Por Fátima Carrasco
Aunque se publicó en 1929, recién hace quince años «Kanikosen. El pesquero», de Takiji Kobayashi, alcanzó el millón de libros vendidos en Japón. Ahora ha sido traducido al español y varios otros idiomas. ¿A qué se debe esta fama tardía?
Takiji Kobayashi nació el 13 de octubre de 1903 en Odate. Con apoyo de un familiar logró estudiar y luego consiguió un empleo en el banco Hokkaido, una de las principales entidades financieras japonesas.
Una trayectoria vital ascendente de un joven en teoría afortunado, en el Imperio del Sol Naciente. Hasta que Kobayashi, un letraherido en la más completa acepción del vocablo, decidió participar en el movimiento sindical que el Partido Comunista japonés desarrollaba, entre grandes obstáculos en medio de la sociedad inmovilista, imperialista e implacable de 1926.
Kobayashi se involucró en huelgas de trabajadores y campesinos y de forma paralela desarrollaba su labor literaria como escritor conocido y bien valorado. En su breve y contundente obra figuran, entre otros, el ensayo “El Terrateniente Ausente”, o cuentos como “La aldea de Numajin” o “15 de mayo de 1928”, relato pormenorizado de los métodos de tortura de la policía imperial japonesa, que acabaría costándole la vida.
El éxito definitivo llegó en 1929, cuando publicó “Kanikosen. El Pesquero”, una cruda y breve novela de denuncia social que lo consagró como el gran escritor del proletariado japonés. Su éxito literario provocó su despido inmediato del banco. Kobayashi se fue a Tokio, donde siguió realizando actividades sindicalistas y literarias —en ése orden de prioridades—. Fue nombrado Secretario de la Asociación de Escritores Japoneses y el 23 de mayo de 1930 fue arrestado por primera vez, acusado de pertenecer al Partido Comunista japonés. Tres semanas después fue liberado. Y pocos días después —el 24 de junio— lo detuvieron por segunda vez, acusado de un delito de lesa majestad. El 22 de enero de 1931 fue liberado bajo fianza y el acoso y la persecución policial en su contra fueron constantes. Por eso, en enero de 1932, tras escapar de una redada policial en la casa de su madre (personaje que aparece en una de sus novelas) adoptó un seudónimo para poder seguir escribiendo y pasó a vivir de forma clandestina.
Los detalles de su cruento y último día de vida se conocieron meses después, pese a la feroz censura japonesa, gracias al editor estadounidense que publicó “Kanikosen” en inglés. El 20 de febrero de 1933, a la una de la tarde, Kobayashi, delatado por un infiltrado, fue detenido en la calle por la policía imperial. Al negarse a delatar o confesar y como consecuencia de las torturas sufridas, murió cinco horas después. La siniestra y todopoderosa policía imperial coaccionó a los médicos del hospital, que extendieron un falso certificado de defunción, en el que se atribuía a una supuesta e inexistente enfermedad cardíaca la causa de su muerte. Su madre, Oseisan, viuda de 60 años, devolvió el certificado a la policía afirmando que jamás les creería y organizó un funeral no religioso respetando la ideología de su único hijo. Sus amigos no consiguieron que ningún hospital realizara una autopsia. Fotografiaron el cadáver: en la frente tenía una quemadura hecha con un hierro, la mitad inferior del cuerpo estaba hinchada y amoratada por hemorragias internas, tenía una muñeca rota, marcas de una soga alrededor del cuello y la espalda desollada; todas, torturas descritas en su cuento “15 de mayo de 1928”.
Más de trescientos asistentes al velorio fueron arrestados, incluso todos los actores que ese día, como homenaje póstumo, representaron “La Aldea de Numajin”. La policía devolvió todas las coronas de flores, incluída la de la Federación Japonesa de Escritores.
La breve obra de Kobayashi (formada, entre otras, por su inconclusa “El Camarada”) denuncia los atropellos, la perversión de la exaltación nacionalista japonesa, con la misma fuerza que la saga “Adolf”, de Osamu Tezuka (“Si empieza a mostrar compasión ahora, ¿cómo vamos a poder superar a otros países?”).
”Kanikosen. El Pesquero”, convertido en un clásico de la literatura japonesa, narra las iniquidades sufridas por la tripulación del Hakko Maru, un viejo y oxidado cangrejero, es decir un buque factoría, una factoría dentro de un barco, no un barco adecuado para navegar. Los tripulantes son campesinos empobrecidos y estafados, escogidos arbitrariamente por los alcaldes de sus aldeas, mineros endeudados, pescadores que antes fueron vendidos a los constructores de ferrocarril de Hokkaido, estudiantes universitarios en deuda con el Estado e incluso adolescentes, víctimas de un capitán desalmado y de una sociedad desquiciadamente desarrollista.
“Cada traviesa de cada vía férrea de Hokkaido correspondía, literalmente, al cadáver de un peón. Y los bloques de hormigón hundidos para construir los puertos, eran los cuerpos de los obreros enterrados en vida como columnas humanas”.
Los defensores de los derechos básicos se enfrentaban no sólo al miedo y la ignorancia de las víctimas, sino a la ideología patriotera que exigía máximos y constantes esfuerzos para incrementar la producción hasta el infinito. Para uno de los tripulantes, un universitario, “La Casa de los Muertos” de Dostoievsky no es nada del otro mundo, comparada con su jornada laboral diaria. Finalmente, la tripulación, exhausta por las vejaciones continuas y los atropellos sufridos, decide sublevarse, pese a estar navegando en las gélidas aguas cerca de Kamchatka, al este de Rusia, rodeados por naves patrulleras de la marina imperial japonesa.
Esta crónica de la crueldad y el semiesclavismo, en los últimos años se ha puesto de moda: sólo en 2009 se vendieron un millón de ejemplares en Japón. Ha sido traducida al castellano, entre muchos otros idiomas. Es una novela que en la actualidad causa furor entre los connacionales de entre 20 y 45 años del infortunado Kobayashi.
¿Cómo es posible, cómo se explica esta nueva legión de fans entre hikikomoris y miembros de la generación X en la zoociedad del bienestar, hiperdesarrollada? Según el profesor Hirokazu Taeda, de la Universidad de Waseda, en Tokyo, la causa es obvia: ya no existen los empleos para toda la vida y no es seguro que la gente pueda cobrar sus pensiones. Creo que es esa inseguridad lo que hace tan atrayente el libro.