Colombiano trabaja como policía de tránsito en Arequipa

El extranjero alivia la molestia de pasar por la intersección de Ugarte y Bolívar. A su vez demuestra que es un visitante diferente.

Por Danna Felipe B.

Jefferson Martínez se gana la vida en la calle. Pero, a comparación de otros, no entorpece el tránsito peatonal ni mucho menos el vehicular. Al contrario. Vestido con un chaleco fosforescente y con la señal de «Siga» y «Pare» en la mano, alivia la congestión que se forma en la esquina de Ugarte y Bolívar.

El joven colombiano de 26 años nos cuenta que, por azares del destino, terminó en Arequipa. Su última parada tenía que ser Chile. No obstante, no le molesta para nada el cambio de planes. Afirma que Arequipa es una ciudad bella.

Cómo empezó a trabajar como policía de tránsito en aquella intersección no es una historia compleja de contar. Jefferson, sus amigos y familiares hacían lo mismo en Cali. Todos ellos ayudaban a la Dirección de Tránsito y Transportes a reducir el tráfico en las vías colombianas. Los locales de allá gustosamente les agradecían.

El parcero recordó esos momentos. Así que llegó al caos que se forma en la avenida Ejército durante las horas punta. Comenzó a controlar el tráfico. Sin embargo, la Policía lo retiró. Respetuosamente obedeció.

Caminando por el centro de la ciudad, Jefferson se topó con la esquina de Ugarte y Bolívar. De inmediato, notó el desorden que reinaba. Los arequipeños no recuerdan la última vez que un policía de tránsito llegó a ese punto. Los conductores tocaban las bocinas de sus vehículos y a veces también sacaban su cabeza por la ventana para gritar a quien iba enfrente.

El extranjero decidió ponerle fin a este problema y, de paso, ganarse algunas monedas. Al principio solo usaba su voz y sus manos para controlar el tráfico. Tampoco tenía su singular chaleco fosforescente. Y, dado el panorama criminal en Arequipa, los conductores lo rechazaban. Querían que se fuera.

No obstante, el tiempo estuvo a su favor. Ahora los locales reconocen el importante papel que juega en aquella esquina desde hace unos 9 meses. «Uf», el parcero está feliz. Ahora recibe elogios. Los niños lo saludan. Y es que no hostiga a nadie. Solo descongestiona la intersección en las horas punta.

Jefferson espera que más personas comprendan que no todos los colombianos arribaron a Perú para obrar mal. Lamentablemente, por algunos, el rechazo a su gente se ha extendido. Él asegura que es diferente e invita a sus iguales a demostrarlo también.

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