Innovación y universidad
Rubén Quiroz Ávila
REFLEXIONES
Porter, el conocido estratega, sostenía incansablemente que la innovación es la que nos da la ventaja competitiva. Entonces, ¿cuán innovadoras son las universidades peruanas? Muchas veces se confunde la innovación, en particular la pedagógica, con la mera aplicación de tecnologías recientes sin modificar el sentido de la enseñanza, y eso suele ser un error común en las organizaciones educativas. Como si el uso de las aplicaciones por sí solo generara una transformación real en la enseñanza-aprendizaje, cuando más bien tiende a ser una técnica cosmética si no hubiera una transformación estratégica que la impulse.
El que se use en un aula una herramienta en línea y se acuda a ella como un objetivo en sí misma no garantiza la innovación. A veces parece que es tan solo una rutina llenarnos de aplicaciones educativas, como una competencia vacía, sin que estas hayan sido validadas y, básicamente, asegurada su consistencia con la mejora de la educación. Sin premisas conceptuales que la sustenten y sin organizar las razones por las cuales se educa, una organización solo está experimentando, a veces con mucho entusiasmo, pero convierte en un proceso lento, pesado, incierto, las iniciativas que puedan darse sin un marco de evolución pedagógica de toda la institución.
También las universidades, erradamente, han separado la innovación de la investigación como si fueran áreas incomunicadas y con vínculos azarosos o, simplemente, minimizados al punto de no ser clave en el impacto sobre ella misma. La consecuencia obvia de ello es un desperdicio dramático de recursos, ya que, por un lado, pueden haber incrementado su producción científica, pero esta no está estrechamente vinculada con las propias necesidades educativas de la organización. Y como se conoce, la principal actividad es el proceso de enseñanza-aprendizaje. Al ser la más esencial, esta tiene que ser el eje con la cual gran parte de los recursos se movilicen. Las universidades deberían ser extraordinarios laboratorios de innovación.
Pero ello no ha sucedido. Al separar la innovación de la investigación, tenemos un innoble correteo en las publicaciones que, como es tristemente conocido, ha originado una gravísima destrucción del tejido moral de la comunidad. Y los mecanismos de creación y promoción para el ecosistema de innovación están todavía en etapas iniciales en la mayoría de los casos. Claro, hay algunas excepciones que visionaron el uso de sus recursos para concentrarlos o, cuando menos, destinar parte importante de su presupuesto a la innovación.
Entonces, tenemos un desafío provocador para las organizaciones educativas que, incorporando como política institucional el eje de la innovación, pueden tener un giro exponencial en los modelos que ofrecen a la comunidad en la que, si fuera constante y totalmente interiorizada, los resultados serían notables para todos.