Arequipa y sus soldados acabaron el largo gobierno de Leguía
Por Carlos Meneses Cornejo
Derrocaron régimen de cuatro periodos.
ESPECIALES AREQUIPA
Augusto B. Leguía había iniciado su cuarto periodo de gobierno en medio de la Gran Depresión que afectó al mundo en 1929, los peruanos estaban hartos de su mandato que había marcado preferencia absoluta por obras en Lima y abandono de las regiones y provincias.
En la noche del 22 de octubre de 1930 a una casona media oscura de la segunda cuadra de la calle Guañamarca- ahora conocida como Rivero-ubicada frente al local de la pastelería La Lucha acudía un grupo de ciudadanos que, cuidándose de ser vistos por la Policía, que respaldaba a Leguía y a la que se conocía como “los soplones” del régimen, con un toque singular se identificaban para participar de una misteriosa reunión.
No querían ser identificados y caminaban por un empedrado del zaguán del patio que remataba en una vieja palmera. Allí estaban Luis de la Jara y Ureta, director del diario Noticias de ese tiempo; su hermano Gustavo, el abogado Clemente Revilla; Guillermo Lira, dueño de la fábrica de Pampa Blanca; Manuel Aurelio Vinelli, dueño de Socosani; el abogado joven José Luis Bustamante y Rivero, hasta que alrededor de las 20 horas apareció el hombre por el que esperaban.
El recién llegado estaba protegido por un sombrero y tenía un abrigo, no estaba solo, sino que también arribó Uberto Navarro, un vendedor de periódicos y revistas, quien aseguró que les iba a presentar un militar macho que vestía de paisano y que ingresó para conversar con ellos.
Les dijo que era el mayor Luis M. Sánchez Cerro cuya lealtad golpista conocía Fosión Mariátegui, quien era amigo del tal Sánchez Cerro y que consiguió que Leguía lo ascendiera a comandante. Mariátegui quería remplazar a Leguía y en su afán se plegó a los conspiradores.
En la reunión acordaron que la revolución estallaría el 30 de agosto aprovechando que era el Día de la Guardia Civil, pero Sánchez Cerro dijo saber que en Lima estaban al tanto de la conspiración y decidió anticipar el golpe. Tal adelanto sería inmediato y el 21 de agosto salieron de la calle grande de Miraflores, efectivos de infantería de 2 cuarteles locales y comenzaron a marchar hacia el centro de la ciudad.
Al amanecer del 22 de agosto, al grupo se sumó el cuerpo de artillería de Tingo y por las calles de San Juan de Dios y Tacna y Arica ingresaron al centro de la ciudad y se declararon en rebeldía, consiguiendo que el prefecto Federico Fernandini se rindiera.
Las campanas de la Catedral comenzaron a sonar, la gente salió a las calles pregonando su odio a Leguía y acusando a un subprefecto de haber abusado de un señor de apellido Mostajo, que al parecer no era ni siquiera conocido por la tropa rebelde. La multitud que se organizó, comenzó a cantar el himno patrio en la esquina de la Pontezuela y a escuchar a los jóvenes abogados José Luis Bustamante Rivero y José Chávez Bedoya.
Aparecieron metralletas en las calles, el edificio del diario El Deber fue destrozado y cuando quisieron hacer lo mismo con el diario El Pueblo lo encontraron resguardado por fuerza del Ejército.
El municipio fue ocupado y el jefe de la revolución, comandante Sánchez Cerro anunció que se cambiaría el Concejo municipal. Otro joven abogado, Francisco Mostajo pronunció un discurso y dijo que el pueblo revolucionario no robaba, rechazando los abusos que se cometieron contra todo lo que pudiera significar Leguía, se asaltaron los depósitos del agua potable, de la caja de depósitos y de la venta de sal.
La Policía se encerró en sus cuarteles y Sánchez Cerro formó una guardia urbana para evitar los excesos, en las calles los guardianes urbanos protegían de asaltos a tiendas de chinos, mientras que de los barrios subían grupos de gente enfurecida.
Sánchez Cerro tomó la Prefectura, “la Monteruda”, campana mayor de la Catedral, no dejaba de llamar a la población. Sánchez Cerro se declaró jefe supremo y comenzaron a llegar apoyos de las Fuerzas Armadas de Puno y de Cusco.
Bustamante y Rivero fue designado secretario de Asuntos Políticos y preparó un documento para hacerlo conocer a nivel nacional. Leguiístas y ladrones fueron perseguidos y Francisco Mostajo habló entre dos columnas de la Catedral a voz en cuello y dijo- como prueba de la crisis- que la caja de fósforos que antes de Leguía costaba 5 centavos subió a 15, mientras los salarios se mantenían iguales.
Mostajo vestido de negro, hizo una presentación impresionante para condenar a los ladrones y saqueadores, reiteró la decisión de botar del gobierno a Leguía. El Ejército se confundió con los ciudadanos y Leguía ordenó que se destruyera Arequipa con un bombardeo aéreo. Tal ataque no pasó de ser sino un sobrevuelo con distribución de volantes. Puno y Cusco se alinearon y la Universidad Nacional de San Agustín respaldó el movimiento.
Del Fundo El Fierro de la plaza San Francisco pretendieron escapar algunos ladrones, Bustamante y Rivero presenta un documento demandando la renuncia de Leguía, el jefe de Estado, efectivamente, dimite en Lima. Se cambia el nombre de calles que llevaran el nombre de Leguía y el todavía mandatario es trasladado a un barco como preso, días después es internado en el Hospital Naval víctima de un cáncer del que finalmente muere.
El domingo 24 alcanzó a ir como todos los domingos a las carreras del hipódromo y un gabinete militar que compuso y al que confió el gobierno del país le comunicó que ya no mandaba. Esa junta renunció inmediatamente para entregarle el poder a Sánchez Cerro.
La revolución iniciada el 22 había concluido el 27 del mismo mes. Antes de irse, Sánchez Cerro se despidió de su amigo Benigno Ballón Farfán saludándolo con la espada y el 29 de agosto de 1930, la calma retornó al país.
Las versiones sobre la revolución fueron recogidas de los diarios arequipeños El Pueblo, Noticias y no del Deber porque la imprenta fue destrozada.
Algunos precios se redujeron, pero lo que más impresionó fue la unión de soldados y civiles para terminar con un gobierno largo, violador de libertades y centralista.