JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa
Llegamos al final del año litúrgico 2024. Dios mediante, el domingo próximo comenzaremos el tiempo de Adviento y, con él, un nuevo año para la Iglesia. Y, como siempre, concluimos el año litúrgico con la gran fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, instituida por el Papa Pío XI en el año 1925. Una fiesta que nos quiere recordar el sentido último de nuestra vida, es decir para qué meta hemos sido creados, y por tanto nos invita a tener los ojos puestos en el futuro, cuando Cristo regresará triunfante al final de los tiempos; pero al mismo tiempo nos invita a tener los pies bien puestos en la tierra, donde ya está presente el Reino de Dios y nos corresponde, como cristianos, hacer que ese Reino se propague entre todas las naciones.
En primer lugar, entonces, los ojos puestos en el futuro. La Iglesia vive esperando el retorno del Mesías. Se lo pedimos cada día, especialmente cuando en la Misa le decimos «anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!». Como la esposa anhela el regreso del esposo ausente, la Iglesia anhela el regreso de Jesucristo, cuando vendrá con gloria para recoger a sus elegidos e introducirlos en la plenitud de su reino por toda la eternidad, como el pastor recoge a su rebaño al final de la jornada y lo lleva al redil. Ahí «enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor» (Ap 21, 4), porque «Dios será todo en todos» (1Cor 15,28). Ese día «seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es» (1Jn 3,2); y, así como en este mundo hemos llevado la imagen del hombre terrenal, entonces llevaremos la imagen celestial (cfr. 1Cor 15,49). De esa manera, se terminará de llevar a plenitud la obra de Dios: nuestra divinización, porque para eso nos ha creado Dios, para hacernos partícipes de su vida divina, de su gozo y su amor sin límites, por toda la eternidad.
En segundo lugar, los pies bien puestos en la tierra; porque al Señor Jesús no se le espera únicamente rezando. Ya lo dijo Él: «no todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21). Y la voluntad del Padre es que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad y se salven (cfr. 1 Tim 2,4). Por eso, como al iniciar su pontificado escribió el Papa Francisco citando a san Juan Pablo II, la tarea primordial de la Iglesia es la evangelización (cfr. RM, 34; EG, 15), es decir la extensión del Reino de los Cielos en la tierra, a través de la predicación de la Palabra de Dios, la celebración litúrgica, especialmente de los sacramentos, y el testimonio de la caridad no entendido «como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados», sino que «abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos» (EG, 181). En este sentido, la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, nos invita a dejar que Jesús reine en nosotros para que, a través nuestro, su reinado se extienda en la tierra, de modo que, cuando al final de los tiempos venga en su gloria, pueda llevar a la mayor cantidad de gente a la plenitud del Reino de los Cielos.