Sesgos universitarios
Por: Rubén Quiroz Ávila
Los sesgos instituidos como realidades fijas respecto a la reputación de ciertas universidades peruanas trasladan ello a quienes conforman su comunidad académica y, seguro, a sus egresados. De ese modo, si una universidad es percibida como una de prestigio relevante, entonces impacta esa imagen preferencial en sus integrantes y se extiende a los que mantienen un vínculo explícito con ella. Esa es la importancia de mantener en crecimiento constante lo más altos estándares de calidad educativa. Cualquier distracción o inercia autocomplaciente puede ocasionar ser sobrepasado.
A la vez, sucede todo lo contrario con las instituciones que son consideradas grises por sistemas de medición como los rankings. Y esto origina una segregación de tanta significación que reduce sistemáticamente las posibilidades de quienes estudian en esos espacios educativos que, se asume, han pasado la valla de calidad mínima para dar el servicio y han sido licenciados por los organismos reguladores.
El sesgo de generalización provoca que se señale en bloque a toda la comunidad universitaria. Asimismo, se establece un patrón sinuoso en la que se estipula que el conjunto completo comparte las mismas deficiencias supuestas. En efecto, los que conforman estas organizaciones educativas, al ser etiquetados con un presumible problema estructural de formación, arrastran desde el inicio una condición de segregación.
Entonces, es el individuo quien, a contracorriente, asume una batalla que no ha solicitado. Está obligado a demostrar su valor más allá de su procedencia institucional. Es decir, el egresado es forzado a demostrar hiperbólicamente las razones por las cuales se le debe tomar en cuenta en su legítima inserción en los circuitos laborales, suponiendo que logra superar la marginación previa en la selección de su currículo por el hecho de su origen universitario.
Así, se constituye un orden de creencias con apariencia de objetividad que homogeneiza a los estudiantes como si por el hecho de pertenecer a ella absorben o su excelencia o su medianía. La consecuencia es que, si eso se va imponiendo como verdad, hace que los empleadores no consideren per se a cualquiera que provenga de las supuestas universidades cuestionadas. Sabemos que el acceso se reduce dramáticamente para poblaciones que, teniendo el talento suficiente, carecen del costoso financiamiento que exigen los otros tipos de universidades privadas.
Entonces, por imposibilidad económica y queriendo estudiar, tienen que hacerlo muchas veces en lo que esté al alcance de su bolsillo. A la par, la inmovilidad histórica e insensible de no ampliar las vacantes de las universidades públicas limita irresponsablemente el acceso al sistema de educación superior a pesar de la urgente necesidad. De ese modo, un círculo vicioso de sesgos se puede seguir reproduciendo y, ello, altera el reconocimiento del talento humano de nuestro país.