¿Qué lugar ocupa el cambio climático en nuestras vidas?  

Dra. Ysabel Díaz Valencia – Profesora del Departamento de Ciencias Naturales de la Universidad Católica San Pablo

El éxito de la especie humana, frente a las demás con las que convivimos en nuestro planeta hasta el día de hoy, se debe a que somos la única especie que no se adapta al ambiente para satisfacer sus necesidades, sino que, adapta el ambiente a sus necesidades. Al no poseer la fortaleza física suficiente para enfrentar las exigencias de su entorno, su excepcional intelecto le permitió –en ese largo proceso que parte del Homo habilis al Homo sapiens– desarrollar la tecnología necesaria para prosperar en casi todos los ambientes terrestres, incluidos algunos fuera de la Tierra. La extracción de diversos recursos naturales y su ingeniosa transformación en productos y servicios cada vez más eficientes, permiten superar, por mucho, nuestras limitaciones humanas.

La exitosa carrera tecnológica de la humanidad fue impulsada vigorosamente por la revolución industrial. El paso de la herramienta impulsada por la energía del hombre, a la máquina impulsada por la energía de los combustibles fósiles, marcó un hito importante en la capacidad de extracción y transformación de recursos, que no dependería más de la fuerza humana hasta la actualidad. Sin embargo, en ese vertiginoso túnel de evolución tecnológica, los humanos no percibimos que, al cambiar nuestro estilo de vida, transformábamos profundamente el ambiente que nos sostiene y que sostiene a las otras millones de especies con las que coexistimos.

Las señales de deterioro de nuestro planeta fueron percibidas desde hace más de 100 años, tal es así que las mentes más perspicaces del Club de Roma –ya en los años 70– solicitaron al equipo de Investigadores de MIT, liderado por el Dr. Meadows, un estudio sobre la proyección de las condiciones del planeta frente a las actividades extractivas e industriales de la población humana. El estudio culminó con la publicación, en 1972, del libro Los límites del crecimiento, donde los investigadores señalan que, de mantenerse el ritmo en las actividades de extracción de recursos del planeta, la generación de residuos y el crecimiento poblacional, el colapso del planeta se vería en los próximos 100 años, lo que para nosotros significaría nuestra extinción como especie.

Una década después, los efectos de nuestra actividad en el planeta se hicieron más evidentes, al punto de que la ONU –por primera vez– se interesa por estudiar la relación entre las actividades productivas y los cambios en el ambiente a nivel mundial. Los resultados del estudio se presentan en el Informe de Brundtland, en 1987, titulado «Our common Future«, llevando a establecer el término de Desarrollo Sostenible que, en teoría, reemplazaría al hasta entonces considerado Desarrollo Económico, como parámetro de crecimiento de las naciones.

Han pasado más de 50 años desde que los informes técnicos y científicos previeron la crisis ambiental que ahora vivimos. Las generaciones han crecido escuchando sobre la amenaza del calentamiento global, los gases del efecto invernadero, la realidad del cambio climático, la necesidad de la conciencia ambiental y de la transformación de nuestras actividades adversas al ambiente hacia actividades “ecoamigables”. Era de esperarse que, con toda la información disponible sobre el tema, nuestra relación con el entorno mejorara, sin embargo, no fue así y las alarmas ambientales siguen encendidas.

La ineficacia en la transformación de las actividades adversas al ambiente hacia actividades sostenibles, radica en que se tratan de enfrentar como un problema de grupo y no se visualizan como un problema individual. Es decir, se considera que la responsabilidad de cambiar la forma de realizar nuestras actividades productivas de bienes y servicios es de las empresas o instituciones gubernamentales y no dimensionamos que es una responsabilidad personal.

Para determinar si consideramos o no como parte de nuestras responsabilidades el cuidado del ambiente, sólo hay que hacernos unas pocas preguntas: ¿Segregamos los residuos que generamos en casa? ¿Reutilizamos o reciclamos los residuos que generamos en casa? ¿Compramos los artículos que necesitamos o los que queremos sin necesitarlos? ¿Nos interesa saber qué pasa con nuestros residuos cuando salen de nuestras casas? ¿Compramos productos ecológicos, aunque sean más caros, o los convencionales por ser más baratos?

Las respuestas a estas y otras preguntas son diversas, pero tienen algo en común, las actividades que implican siempre se consideran una opción y no una obligación. Y es sobre este punto que finalmente se enfoca este artículo de opinión. La mayor parte de personas a nivel local, regional, nacional o internacional considera aún que las actividades vinculadas al ambiente corresponden sólo a grupos “verdes” o movimientos juveniles, o simplemente a profesionales vinculados a las ciencias ambientales.

La responsabilidad ambiental que debe generar cada individuo nace del nivel de conciencia que puede desarrollar sobre su rol como parte de la solución o del problema. La conciencia que desarrolla cada uno sobre el ambiente nace de la valoración que hace del mismo, y nadie puede valorar lo que no conoce. Bien es cierto que, en el sistema educativo del Perú, desde el nivel inicial hasta el nivel secundario, se considera la enseñanza de las ciencias naturales como CTA, pero en el nivel universitario es muy poco lo que se habla al respecto desde cada una de las carreras y, sobre todo, en las que no se vinculan a las ciencias naturales o ambientales.

Es en este punto donde se debería hacer una revisión de lo que la formación integral dentro del perfil profesional significa. Vivimos y dependemos de un único planeta que nos sostiene, sin embargo, cada uno de los profesionales en sus diferentes disciplinas no considera para nada el aspecto ambiental en cada una de las decisiones que toma en su quehacer profesional.

Desde mi óptica, la razón es una y simple, los profesionales que ejercen en diferentes instituciones, sobre todo las públicas, no consideran dentro de su ejercicio profesional el aspecto ambiental porque lo desconocen y/o consideran que no les corresponde.

Por ello, para introducir la dimensión ambiental dentro del quehacer de todos los profesionales de manera coherente, tiene que ser introducida como parte de su formación profesional, como una materia transversal de Ecología humana o Cambio climático y humanidad o Humanidad y ambiente, etc., así como se viene haciendo en diferentes universidades alrededor del mundo. Esta integración es crucial para otorgar una visión más amplia y verídica de la realidad, permitiendo una toma de decisiones asertivas desde cada una de las disciplinas, favoreciendo, en la práctica, la búsqueda del bien común.

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