El hombre
Por: Raúl Mendoza Cánepa – El Montonero

“Lo importante para mí, no lo es para ti. No existe una sintonía con la que los hombres nos encontremos. Te es irrelevante lo que me es relevante hasta que conoces la crepitación del vientre o el filón del miedo que corta los ojos, sí, tienes miedo al futuro, al mar vacío de la incertidumbre”. No sé si lo leí en alguno de los tantos libros de Stephen King que guarda mi biblioteca o simplemente me lo estoy inventando. Lo que es importante para ti permanece en secreto para el otro, guardamos así nuestra narración porque no tenemos nada que decir.

Él vino a mí. Lo hice pasar. Miré sus ojos húmedos mientras trataba de venderme el seguro que yo no necesitaba. Escuché sin atención, pero persistió como el boxeador que al décimo round se desmorona en la lona. Lo vi marchar, volteó en la esquina como si se lo tragara una boca al filo de la última casa. A Meursault, personaje de Camus, se le iban los pensamientos hacia cosas sin importancia en los funerales de su madre, era el extraño. Pensé que tendría que dar explicaciones a su mujer, decirle a su hijo que no podría continuar pagando aquella universidad a la que había ingresado en buen puesto; era, después de todo, el décimo intento del día y los párpados pesaban sobre los alfileres de sus ojos fatigados. Mañana Juan alimentará otra falsa esperanza: el nombre de un amigo colocado, la próxima vacante en la oficina que hace tres años abandonó, un inexplicable evento del azar que concatene la sencilla caminata con un milagro.

Juan se sentó en una banca. Leyó el aviso mordiéndose los labios: “Se necesita economista. Treinta años, doctorado, experiencia mínima de cinco años en el Estado”. Juan miró la pantalla de su aparato, algo había hecho mal. Trazó un post de despedida, luego borró, insertó la foto del cumpleaños de 2015, cuando le dijo a su mujer que había perdido el empleo. Soplaba feliz y con fuerza sobre la vela, porque finalmente una foto es solo una foto, un fragmento descontextualizado de la vida real. “Finge, no muestres otra cosa”. Juan vuelve al libro de Levrero antes de cubrirse, pues mañana será otro día: “para triunfar en la vida es preciso creer en algo, o sea estar, por definición, equivocado”. Se acuesta sin haberle dicho una palabra a su mujer. Sus hijos le hacen una reverencia antes de abordar la cama. Mañana se los diré, pero mañana será lo mismo y volveré estático y pálido, con la entonación del último “no” de una tarde vacía reverberando en la cabeza. «Toda nuestra vida es una serie de gritos anónimos en un desierto de astros indiferentes», Sábato por tercera vez. La literatura no te salva de la muerte, te salva de la vida, cuando no te la recuerda en sus más inextricables embrollos.

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