Mujeres contra el modelo patriarcal
Por: María José Gómez

El 70% de la violencia en el mundo se produce en el domicilio familiar. En el Perú, más de la mitad de los hombres ha agredido a sus parejas. Disimular el patriarcado haciendo que no daña a las mujeres o no beneficia a los hombres, ha sido y es una de las estrategias para mantenerlo tan vivo e instrumental como hace tres mil años.

Hasta casi ayer, solamente eran tenidas en cuenta las vidas de la mitad de la población, esas personas eran –y siguen siéndolo en su mayoría, pero no en exclusividad– hombres, que escribieron sobre lo que les parecía importante y valioso mientras se aplaudían en el hombro sus grandes ideas y tomaban decisiones, codornices y vino tinto. Llamaron Historia Universal a sus interpretaciones de la realidad, decidieron que «hombre» equivalía a persona y que lo que era útil para ellos lo sería para la humanidad, se ubicaron en el lugar más ventajoso, se vistieron de épica… ¡Y listo! Salió del horno al patriarcado. Alguien podría pensar que hay que tener exceso de confianza y poca indolencia para autodesignarse ombligo del mundo y establecer como valiosa y universal su verdad única.

Los definidores establecieron –por supuesto– qué era ser mujeres; un estereotipo que se desarrollaría con precisión quirúrgica desde lo físico, estético y cultural, en cuyos contenidos están las raíces de la violencia. Dejaron incluso por escrito qué cosas no eran violencia sino la mera consecuencia de nacer con gónadas de hembra; para ser una mujer de verdad, renunciarían a su vida dedicándose casi en exclusividad a la crianza, servirían emocional y sexualmente a sus maridos y prole a demanda, serían seres para los otros, con las renuncias y servidumbres que esto implica. Esta definición es la base sobre la que se construyó una estrategia de control y dominio que sigue trágicamente viva hoy.

Las mujeres hace tres siglos gritan que ya no quieren asumir esa definición, la reacción patriarcal de fortalecer estos roles es violencia de género –y la Dra. María Luisa Femenías nos enseña que toda violencia lo es–, y está costando muchas vidas, una cada once minutos. Violencia es tener menos espacio en los patios de las escuelas, ser entrenadas mediante el juego para ser madres y esposas, que sus voces apenas se distingan en sus trabajos, que las bibliografías de asignaturas estén llenas de hombres referenciándose entre ellos, o que tu vida, de haber sido hombre, hubiera sido mejor. Hace tiempo que nos toca definirnos y definir nuestras vidas, rechazando rotundamente el discurso reaccionario que nos quiere seguir definiendo y que desde su misoginia biologicista abona la justificación de estereotipos y se resiste a destruir la jerarquía de dominación.

Un poco de silencio mientras ellas se definen, reescribiendo su propia historia.

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