La derrota de las humanidades
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario

Muchas personas han defendido el valor inconmensurable de las humanidades a lo largo de la historia. Se ha descrito el indudable aporte y la siempre imprescindible presencia de lo humanístico en la educación en todas sus formas. Ríos de bibliografía demuestran que su contribución al bien común y al desarrollo del individuo es fundamental.

Sin embargo, parece que todo ello tiene un impacto mínimo, incluso, insuficiente para que se instale como política pública o las organizaciones privadas lo asuman como eje para mejorar la convivencia. Más bien, las humanidades son permanentemente hostilizadas por un modelo de vida que hace hiperbólicas loas a la competencia como si fuera la única forma de coexistir. Incluso, en la elección para los estudios universitarios, son marginadas por ser, supuestamente, poco útiles y, prácticamente, una suerte de angustia permanente para todo aquel que haya elegido esta ruta de formación educativa.

Para que ello suceda, es decir, la desvalorización de las humanidades, los apologetas de la competitividad como exclusivo camino, definen la existencia como una carrera en la que solo existen pocos ganadores y no importa el modo de cómo se cumplan los objetivos. La ética queda subordinada a los resultados. Por supuesto, con una lógica de conducta tan desprovista de escrúpulos, los resultados de nuestra sociedad saltan a la vista. ¿Qué se espera de una comunidad que desprecia la filosofía, repudia la poesía, ataca a las artes o las banaliza? Incluso, para entes tan importantes como el Concytec, es inexistente que distribuyan fondos para las ciencias humanas. El razonamiento es tan simple como arcaico: no le conceden el estatus de científico a las humanidades en general. Es decir, un procedimiento que gestiona la legitimidad de una disciplina del saber con un aparato administrativo.

Las humanidades han sido expulsadas del reino de la ciencia amparada en las formulaciones gubernamentales. Incluso, los libros de ensayo o de reflexión humanística son acusados de ser no científicos. En el feudo del paper, los libros son arrinconados. Se ha creado un sistema que define las fronteras de aquello que pueda acceder a recursos y para ello tiene que allanarse a un molde en el que la producción académica humanística queda reducida y cada vez con menos reconocimiento de su evidente valía.

Por supuesto, gran parte del ecosistema de información también desprecia a las humanidades. Ya no hay programas de televisión culturales o las páginas de los diarios casi no se refieren a los asuntos humanísticos. A una gran parte del mundo no le importa ni el presente ni el futuro de las humanidades. Seguiremos exigiendo que se nos escuche, reiterar que una vida es también lírica, que el ejercicio filosófico nos desata los nudos interiores y nos cura de los pensamientos únicos. Insistiremos en que un mundo sin poesía, ni filosofía, no es posible.

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