María y su rol en la historia de la política internacional
Por: Miguel A. Rodríguez Mackay – El Montonero
En el marco de la Semana Santa del calendario litúrgico 2023 que estamos viviendo, quisiera relievar desde mi vocación mariana, el rol de María, la Madre de Jesús, en la historia del Derecho Internacional y de las Relaciones Internacionales. Su figura fue central para la cristiandad y dentro de ella, para el catolicismo, en los más de 2000 años de existencia como religión monoteísta, aunque desde un planteamiento religioso, que no abordaré en esta columna, el papel de María, junto a su hijo Jesús en la cruz, tiene naturaleza escatológica, constituyéndose en una innegable figura relevante para la Iglesia primitiva, sentando las bases para la que luego sería una de las instituciones más sólidas e influyentes de la diplomacia y de la política internacional.
Sin protagonismos y en medio de una sociedad internacional determinada por el poder de una Roma que había monopolizado el derecho, María fue trascendente a pesar de vivir sometida al imperio del mundo patriarcal. No fue nada fácil para ella, entonces, asumir su condición de mujer y de madre en una sociedad internacional en que no tenía muchas chances por el arraigado predominio de los varones detentadores del poder en todos los estamentos del Estado. Pero María estaba por encima de los conflictos y de las controversias porque sabía su rol en esta vida. Los que más han escrito de María no han sido curas ni monjas y esa es una señal de que su legado tenía dotes de universalidad, pluralismo y tolerancia que, por cierto -esto último- no tuvieron todos los creyentes y no creyentes sobre ella.
De hecho, Francisco de Vitoria (España, 1483-1546) y Hugo Grocio (Países Bajos, 1583-1645), padres del derecho internacional, fueron fervientes devotos de María, y junto a ellos, muchos otros publicistas del denominado derecho de gentes, que fueron marianos por antonomasia. Dedicados en sus estudios en medio de la primera globalización que experimentó el planeta con los grandes cambios por los viajes de descubrimiento por circunnavegación teniendo a la cruz y a la imagen de María siempre en las peripecias de los marinos de aquellas épocas, los referidos juristas de la edad Moderna razonaron el derecho sin separarlo de la moral, es decir, sin distinguir el derecho de la moral, como sucede correctamente en el mundo contemporáneo, lo cierto es que ambos eminentes internacionalistas, terminaron ganados por su fe, juntando y confundiendo pero de buena fe, al derecho y a la moral, algo que hoy es imposible en el ejercicio hermenéutico del derecho interno e internacional.
Vitoria y Grocio aportaron al pensamiento (doctrina y magisterio) de la Iglesia, sosteniendo desde su fe, de que María por su mansedumbre, contribuyó a la paz internacional que con los años terminaría desarrollando el principio de solución pacífica de las controversias, así como a las normas jurídicas internacionales y a las fuentes del derecho internacional, traducidos en la buena fe y en el pacta sunt servanda o fiel cumplimiento de lo convenido, asumidos como grandes verdades cristianas, y que fueron incorporadas en la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969.
Durante toda la edad Media la presencia de María fue determinante habiendo seguido el decurso del referido dominio escatológico de la fe mariana durante los primeros siglos de la Iglesia a propósito del enorme poder que alcanzó no solo cuando Constantino declaró al cristianismo como religión oficial de Roma, sino luego de la caída del Imperio de Occidente en el 476 d. C. en que se produjeron las invasiones de los pueblos bárbaros: visigodos, ostrogodos, hunos, hérulos, vándalos, etc.
En el decurso de la historia universal, María fue invocada en medio de los conflictos internacionales como la Guerra de los Cien Años, la Guerra de los Treinta Años, y otras guerras europeas, principalmente, como pasó de manera relevante al inicio del siglo XX, durante la Primera Guerra Mundial (1914-1919), en que la comunidad internacional quedó absorta con la aparición de la Virgen de Fátima en Cova de Iría, en Portugal, en 1917, asombrando al mundo creyente y no creyente.
En 1950 el Papa Pío XII al advertir su trascendencia, declaró por la Bula Munificentissimus Deus, el dogma de la Asunción de María, es decir, que la Virgen fue elevada a los cielos por Dios y, además, en cuerpo y alma, distinto a la Ascensión de Jesús por la que el propio Nazareno se elevó sin ayuda de nadie ni de nada porque era Dios. El Concilio Vaticano II (1962) desarrolló el sentido mariano que luego vimos en San Juan Pablo II trasluciendo en su lema apostólico “Totus tuus” («Todo tuyo”), un signo de su consagración personal a María.
En los tiempos actuales de la Iglesia, el papa Francisco, el papa americano, que la llama la Madre de la Esperanza, la invocó durante toda la pandemia llevándose a Roma a algunas familias sirias refugiadas. Y desde que se inició la guerra en Europa del Este ,el 24 de febrero de 2022, el sumo pontífice no cesa en su intensa actitud contemplativa, recordando a Vladímir Putin, presidente de la Federación de Rusia, y a Volodimir Zelensky, presidente de Ucrania, la necesidad de que se peguen con rigor al pétreo respeto del derecho internacional humanitario, incontrastable y penosamente devastado por su incumplimiento.