La Filosofía tiene que volver a las calles

Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario

A veces imaginamos a los filósofos como seres extraños y que reflexionan sobre asuntos poco aterrizados. Esto tiene algo de verdad. Además, estos filósofos muchas veces limitan el ejercicio del pensar estrictamente al ámbito académico. Por lo tanto, la producción intelectual de aquellos que se dedican profesionalmente al ejercicio del pensamiento suele estar orientada a temas que no necesariamente tienen un correlato con la situación o la circunstancias contemporáneas.

Es decir, una vez más los altos grados de especialización de las disciplinas científicas y humanísticas han creado nichos que no se vinculan con el interés de la comunidad. Hay entonces una brecha entre las preocupaciones de aquellos que se dedican a la reflexión que no se conectan con los asuntos mundanos y domésticos de los ciudadanos.

Esta distancia del pensamiento de los filósofos académicos ha traído como consecuencia que los asuntos del mundo no estén vinculados con la mayoría de la producción bibliográfica. Y esa situación sumamente dramática tiene como consecuencia que los filósofos no piensen el mundo. Mientras, el mundo continúa su propia aventura. Entonces, lo que tenemos, en la mayoría de los casos, son preocupaciones que no corresponden a los intereses actuales de la población. Es sumamente paradójico, ya que la filosofía occidental se inició justamente pensando los asuntos comunes y corrientes.

Hay un grado de soberbia en aquellos que no consideran que los asuntos diarios no son rutas para un filósofo supuestamente dedicado al pensar serio. Recordemos que la filosofía se trata también de preguntas aparentemente simples, pero que esconden grados complejos de pensamiento crítico. Preguntarse sobre el sentido de la existencia, por ejemplo, es una pregunta a la cual algunos filósofos especializados rehúyen. Creen erradamente que solo se hace filosofía con preguntas más bien abundantes en barroquismo, en galimatías complacientes y en enredamientos semánticos. Por lo visto, hace muchos años que la filosofía ha abandonado el mundo.

A eso hay que sumarle que los encuentros de los especialistas en pensamiento tienen paradigmas marcadamente endogámicos. Han expulsado de los temas importantes a tratar en las comunidades intelectuales todos aquellos puntos que tocan directamente a la vida cotidiana.

Pero la filosofía tiene mucho que decir y hacer en un mundo en el que los conceptos de verdad están en zonas de tinieblas. Hay muchísimo que aportar en las discusiones sobre la participación moral de los individuos en las esferas políticas. También hay una gran oportunidad de pensar desde el ser humano común, con preguntas con las cuales se inició aquello que reconocemos como lo filosófico. Casi hemos perdido la batalla frente a entusiastas y advenedizos gurúes, más preocupados por sus tácticas de marketing y estrategias comerciales.

La filosofía tiene que volver a las calles. Tiene que habitar de nuevo los hogares y los colegios. La filosofía asume la espléndida responsabilidad de acompañar a las personas a encontrar sus caminos.

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