CUESTA Y LA SELECCIÓN
Por Orlando Mazeyra Guillén.

Tras la lesión de Gianluca Lapadula hinchas piden que Juan Reynoso convoque al capitán y goleador histórico de Melgar.

Yo tenía 31 años cuando Bernardo Nicolás Cuesta arribó por primera vez a Arequipa. Estoy hablando del año 2012. Quizá para que los más jóvenes tengan una idea cabal de lo que cambió Melgar desde su llegada sería bueno recordar que el año anterior (2011) nos salvamos del descenso en la infartante penúltima fecha, derrotando por 3 goles a 2 a Alianza Lima en Arequipa. Además, yo todavía no había visto campeonar a mi equipo y él tampoco pudo disputar ni siquiera un solo partido con un club de primera división (en ningún lado): hizo las inferiores en el Unión de Santa Fe y en la Sociedad Italiana de Álvarez (su pueblo natal) y luego jugó en el modestísimo Club Atlético Tiro Federal.

Fue en Arequipa, su lugar en el mundo, donde se hizo de un nombre que traspasó las fronteras del Perú, logrando ser conocido en todo el continente. No hay un ápice de exageración en la sentencia anterior: «Berni», como se le llama con cariño y admiración, fue el goleador de la Copa Sudamericana 2022. Consiguió anotar ocho tantos y Melgar estuvo entre los cuatro mejores equipos del torneo (tuvieron que pasar prácticamente dos décadas para que un equipo peruano dispute las semifinales de un torneo Conmebol).

Para mí, las cosas son claras e incuestionables: Bernardo Cuesta es el ídolo máximo de Melgar porque nos dio el título nacional del año 2015 y además nos hizo competir internacionalmente como nunca antes lo había hecho el Dominó. Su liderazgo, profesionalismo e identificación con Arequipa son indiscutibles y acaso inéditos. ¿Qué lo hace distinto a los demás? ¿Por qué su impronta es tan portentosa? Lo he dicho cientos de veces —con la misma emoción con que grito sus goles—, sin embargo no me cansaré de repetirlo hasta que los once que salten a la cancha tengan el buen gusto de emularlo a pie juntillas para gloria del Melgar y de Arequipa: jugar como un hincha más. El secreto radica en representarnos (a los de la tribuna, a los que alentamos desde la grada) dentro de la cancha. Recordemos, para más señas, una postal del último partido: cuando, ofuscadísimo y en tono airado, le decía al árbitro Roberto Pérez que estaba inclinando la cancha a favor de Sport Boys en Villa El Salvador (y el réferi todavía tuvo el cuero de sacarle una inmerecida tarjeta amarilla). Cuesta no hacía más que replicar, con la cinta de capitán, lo que cualquier hincha melgariano gritaría desde la tribuna: «no nos roben, ¡carajo!, dejen que gane el mejor». Nos representa, pues, y eso nos resulta invalorable.

Un viejo zorro del fútbol como el gran Genaro Neyra, campeón nacional con el rojinegro en 1981, le aconseja a Bernardo Cuesta que no juegue molesto, que esté tranquilo, que disfrute del juego… porque esa rabia contra los jueces (deliberadamente) deficientes le resta claridad. No soy nadie como para enmendarle la plana a Neyra (a quien también admiro, por supuesto), además más sabe el diablo por viejo que por diablo; no obstante, ahora recuerdo a otro «9» que marcó mi infancia con fuego: Gabriel Omar Batistuta, quien fue el máximo artillero del seleccionado argentino hasta la aparición de Lionel Messi. El «Batigol» decía que él no la pasaba nada bien jugando al balompié porque se lo tomaba demasiado en serio, pues no es sólo un juego, sino algo más: «Yo no disfrutaba jugando al fútbol, me lo tomaba como una profesión». Quizá se trate de esa ansiedad (el jugar al límite de las emociones, al borde del colapso) como elemento añadido que hace tan ganadores a los futbolistas argentinos.

Bernardo Cuesta disfruta del fútbol. Cómo no hacerlo con su talento, bonhomía y olfato de gol. Pero le indigna que se incline la cancha a favor de los rivales (sobre todo si son equipos de la capital, los mal llamados «grandes»). En una reciente entrevista demostraba que él tiene las cosas clarísimas, cuando hablaba acerca del nefasto centralismo limeño: «Es parte de nuestra sociedad. No solamente en lo futbolístico sino en todo aspecto, la capital se lleva todos los flashes y demás. Uno está acostumbrado a eso, no tendría que afectar en nada, uno siempre lucha y pelea para hacer las cosas de la mejor manera donde le toque, en este caso yo en Arequipa buscando poner a la ciudad en lo más alto siempre».

Su espíritu amateur es otro ingrediente fundamental para arengar a sus compañeros antes de saltar a la cancha, llegando hasta la fibra más íntima: «Nadie nos impide soñar. Dependemos de nosotros mismos.  Nosotros somos los protagonistas de esta historia. Vamos en busca de gloria, vamos en busca de hacer historia, ¡carajo! No estamos acá para pasar el tiempo, sino para hacer historia».

De eso se trata: de soñar con los ojos abiertos y de intentar, siempre, hacer historia. Así, paso a paso, gol a gol, él se convirtió en el máximo artillero en vigencia del fútbol peruano de primera división. Y que lo consiga jugando en un solo equipo y que no sea capitalino resulta inaudito y hace más grande su leyenda (en el Perú es facilito nomás llegar y campeonar con Universitario, Alianza Lima o Cristal). Por eso no extraña que, ante la lesión del delantero Gianluca Lapadula, muchos hinchas le sugieran al entrenador Juan Máximo Reynoso que convoque a Bernardo Cuesta («el Berni de la gente», lo llamaba el recordado Pierre Manrique) a la selección peruana.

La verdad, no sé si Reynoso lo convocará (este o el próximo año o el día del Juicio Final) ni mucho menos si Cuesta cumple con todos los requisitos que exige la FIFA para ser seleccionable. Poco me importa porque él ya es el emblema del seleccionado de los arequipeños: el Melgar. Primero está el Melgar y luego recién viene todo lo demás.

Cuesta, además de goles, me ha regalado momentos inolvidables: abrazarme con mi padre (luego del título del 2015) o con mi hermano (en las semifinales del 2016, eliminando a Universitario) hasta derramar lágrimas de felicidad, pero también llorar desconsolado cuando nos robaron la final del 2016 (le anularon un golazo en Arequipa, ¿acaso alguien puede olvidar al impresentable Víctor Hugo Carrillo?). Bernardo es ese arequipeño, por adopción, que nos recuerda la refulgente frase de Doris Gibson: «Un arequipeño nace donde le da la gana». Es cierto, pero —¡ay!— son cada vez menos los arequipeños que nos representan tan bien como Bernardo Cuesta.

Mensaje final: ¡Siga anotando goles, mi capitán! ¡Sígale plantándole cara a los árbitros de la capital! Yo sé que tengo el privilegio de ir religiosamente al Monumental Arequipa para ver al mejor «9» de nuestra historia. ¡Melgar es su selección, goleador! Ya lo dijo el eterno «Patato» Márquez: «Cuando me pongo esta gloriosa rojinegra me siento más orgulloso que el mismo Misti». Bernardo Cuesta lo entendió todo y lo sabe transmitir con sencillez y contundencia. Por eso ya es leyenda. Y lo mejor está por venir.

¡Yo sueño, capitán! Por eso estoy siempre en la grada, listo para renovar el grito de gol. Para recordar, exultante, lo que aprendí desde la más tierna infancia. Lo que mi abuelo le dijo a mi padre. Lo que mi padre me dijo a mí, teniendo al volcán Misti de testigo: no te puede pasar nada mejor que nacer en Arequipa y ser hincha del Melgar.

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