Aquelarre: la última librería de viejo de la ciudad
Por Orlando Mazeyra Guillén

LOS ÚLTIMOS ALQUIMISTAS DE AREQUIPA

A la librería Aquelarre la pandemia se la llevó para siempre. Ahora, en la calle San José, uno se topa con una óptica más. A mediados de agosto me enteré de la muerte del señor Rómulo Ramírez (Tommy para los amigos), el mayor de los dos hermanos que eran dueños de tan recordado lugar. Acá, a manera de homenaje, una nota que apareció en “El Pueblo” hace más de 10 años. ¡Descanse en paz, alquimista!

De pronto, un hombre ingresa al local cargando dos pesadas bolsas de plástico negras. Es moreno y delgado, frisa los cincuenta años. Antes de hablar, enjuga su frente con un pañuelo blanco y se rasca su bien cortado bigote entrecano:

—A ustedes les dicen los alquimistas.

—¿Por qué? —pregunta, entre sonriente e intrigado, el señor Alberto Ramírez, quien por sus ademanes de bienvenida delata que ya conoce al sujeto en cuestión, que empieza a sacar deprisa libros de segundo uso de las bolsas que trae consigo.

—Porque en mis manos esto no vale nada —se lamenta tomando un viejo ejemplar de “Ada o el ardor” de Vladimir Nabokov—. En cambio, en las manos de ustedes se vuelve oro.

Las risas festivas no tardan en hacerse presentes en este recinto en el que uno, a pesar de los reparos de muchos —algunos libros son muy caros, el aspecto es el de una decadente librería de viejo con sólo algunas novedades, etcétera—, se puede liberar de las anteojeras provincianas y sentirse de veras cosmopolita: la librería Aquelarre, el orgullo de dos hermanos que, aunque de familia arequipeña, nacieron en Puno: Tommy (1943) y Alberto (1950). Ambos administran este negocio atestado de anaqueles, ubicado en la segunda cuadra de la céntrica calle San José que en el techo del vetusto local muestra el símbolo taoísta del bien y el mal. En dos mesas largas y espaciosas descansan desordenadas publicaciones de toda laya y en una pequeña —del tamaño de una mesa de noche— está la caja chica bajo la atenta vigilancia del hermano mayor, Tommy. A la izquierda, un falso ropero negro oculta el sanitario de donde, si la ocasión lo amerita, se pueden conseguir algunos vasos descartables, para brindar con la bohemia o los concurrentes de turno.

La inauguración de la librería se remonta al año 1982, en un local alquilado en la calle San Juan de Dios. La iniciativa de los hermanos Ramírez proviene de una vocación fundamental por la lectura, un hábito que cultivaron desde muy pequeños, alentados por sus padres: primero, fueron revistas, cómics y, luego, pasaron a los libros. Posteriormente, ya en Arequipa, ambos terminan la secundaria y el mayor de ellos, Tommy Ramírez, después de su paso por el Colegio Militar Francisco Bolognesi, siguió cursos en la Escuela de Literatura en la UNSA. Ahí enriquece sus lecturas y conoce la narrativa peruana (Arguedas, Alegría, entre otros) y en sus años agustinos estalla el boom de la literatura latinoamericana.

De las movidas literarias de aquellos tiempos él recuerda que había mucho interés tanto por promover la creación literaria como la lectura. Los hermanos Cornejo Polar eran personas muy activas y organizaban diversos eventos a los cuales el propio Ramírez asistió, entre ellos el encuentro nacional de narradores en el cual estuvieron José María Arguedas y Mario Vargas Llosa: «Con amigos poetas, Ana María Portugal y Óscar Valdivia, sacamos una revista cultural llama Homo, donde le hicimos un homenaje a Arguedas, publicamos trabajos de Javier Heraud, con textos inéditos de César Calvo. A su vez, en el diario El Pueblo tenía la columna diaria y los domingos manejaba la página cultural, comentaba libros y actividades culturales. En Lima, colaboré con Caretas, Oiga y tuve la oportunidad de recibir publicaciones de Uruguay, Venezuela, México, Argentina que, en su momento, reseñé y así fui enriqueciendo mi biblioteca y acariciando la idea de abrir una librería en Arequipa».

Le pregunto por qué abandonó la carrera de literatura y en su respuesta hay un relente de desazón: «Me di cuenta de que no colmaba mis expectativas. A pesar de la calidad de los maestros, pues en los años sesenta era muy superior a la actual. Además, luego también estuve llevando cursos en la Universidad Mayor de San Marcos, donde tuve maestros como Edgardo Rivera Martínez, pero, como decidí volver a Arequipa, abandoné la carrera».

En el año 1982, los hermanos Ramírez vuelven a Arequipa y fundan Aquelarre, la librería lleva ese nombre porque le querían rendir un homenaje a esa generación de artistas arequipeños —los poetas Percy Gibson y César Atahualpa Rodríguez fueron los fundadores— que solían reunirse a la luz de la luna. Luego se trasladan de San Juan de Dios a un local en la primera cuadra de San José y, desde hace ocho años, operan en la segunda cuadra.

¿Por qué nace Aquelarre? Básicamente, para hablar de libros y ponerlos al alcance del lector de a pie, para compartir cultura, difundir corrientes de pensamiento. «Cada época despierta un determinado interés. En los ochenta, por ejemplo, cuando abrimos la librería había mucho interés por los aspectos político-sociales y teníamos muchos libros de esos temas (economía, sociología, política, marxismo). Eso ya ha ido cambiando. Últimamente, hay interés por la literatura de autoayuda, la medicina alternativa».

Aquelarre va más allá de proveer libros a los eventuales compradores, pues aglutina a lectores ávidos y a potenciales escritores. «Ese ha sido uno de los logros más importantes que ha tratado siempre de infundir esta librería: no ser sólo un lugar de exhibición y venta de libros, sino también un punto de encuentro de escritores jóvenes y mayores, donde se pueda hablar absolutamente de todos los temas, incluso confidencias e intimidades. Y hablamos de escritores no sólo de Arequipa, sino de toda la zona sur: Puno, Cusco, Tacna, etcétera, con los cuales hemos establecido lazos muy fuertes y siempre que vuelven a Arequipa nos visitan».

¿Cuál ha sido la mayor alegría que le ha dado este oficio de librero? La de conocer a gente extraordinaria, personas muy valiosas y también la posibilidad de haber brindado libros a escritores en ciernes. Por ejemplo, Carlos Herrera, quien compró en Aquelarre sus primeros libros. Ahora él es diplomático y ha publicado algunas interesantes novelas. Mario Vargas Llosa ha estado también en la librería. El antropólogo Luis Lumbreras o su colega Luis Millones, pintores como Luis Palao Berastain. Además, por su propia labor en el periodismo cultural, Tommy Ramírez pudo conocer en Lima a Blanca Varela, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, editores como Carlos Milla Batres y Juan Mejía Baca.

Pero este oficio no está exento de inconvenientes: «El primer problema es el económico. La gente que se interesa por la lectura sigue siendo una minoría. Una minoría que no crece en la medida en que uno anhela. Y, a pesar de eso, los factores económicos impiden traer nuevos libros que uno quisiera tener en la librería, pues la producción literaria es inmensa tanto en España como en Argentina y México. Hay muchos títulos de indudable calidad literaria que, como no son comerciales, no llegan al Perú y eso sí, como librero, me produce un sinsabor tremendo». Ahí aparece el fantasma de quedar desactualizado, sin novedades en el escaparate. «Es un peligro latente, pues por más que uno quisiera, no va a poder satisfacer sus expectativas personales ni mucho menos —como es obvio— la de todos los visitantes».

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