Gianni Vattimo (1936-2023)
Por: Rubén Quiroz Ávila

Cuando hace algunos años invité a Gianni Vattimo al Perú para que reciba un doctorado honoris causa por la Universidad de San Marcos y dicte generosamente unas inolvidables conferencias en las aulas sanmarquinas de la Facultad de Letras y en el siempre pujante Centro Cultural de España, pudimos hablar mucho sobre su propuesta filosófica y, fundamentalmente, cómo podría servir esta para comprender el mundo contemporáneo.

Como lector asiduo de Nietzsche, veía en el proyecto moderno, a pesar de su promesa tecnológica y de prosperidad, una tragedia intrínseca: la humanidad caminaba también a su propia deshumanización. Es que luego de deshacerse de los grandes relatos religiosos que interpretaban todo y únicamente en claves teológicas y autoritarias, las rutas de reflexión de la modernidad ofrecían, al parecer, una defensa desde la razón. Sin embargo, se generaba una paradoja. La modernidad que parecía liberadora también creaba su propia prisión ideológica. Para ello, según este famoso pensador italiano, había que contraponerla con una filosofía abierta, más tolerante, a la cual se denominó pensamiento débil. Sin perder la esperanza en el gran proyecto de modernidad, esta, a la vez, debe construir sus propios contrapesos teóricos y de prácticas ciudadanas.

Por ello se volvió un activista incansable en la concepción de un mundo integrador en el que la representación de las formas diversas y diferentes en las que como seres humanos nos organizamos y convivimos son justamente la mejor manera de comprendernos como tales. Las diferencias de nuestras perspectivas del mundo, tal como lo plantea este amable y pedagógico maestro, deben encontrar siempre zonas de aceptación mutua y de democráticas negociaciones. Para encontrar fórmulas de sana convivencia hay que ver el mundo con ojos estéticos. Es decir, para evitar el nihilismo, o el colapso ontológico al cual nos puede llevar la asimetría social contemporánea, hasta el punto de un pesimismo exacerbado o una reacción extremadamente violenta, Vattimo opta por plantear que una alternativa es conceder espacios mutuos en los que las comunidades se entienden y trazan interpretaciones que les amplían y enriquecen la visión de las cosas. Una hermenéutica del mundo que sea concebido como un sistema que dialoga e impulsa permanentemente canales de comunicación.

Así, lo recuerdo con esa sonrisa gentil de un maestro filósofo trajinado en las vertientes más clásicas de la filosofía occidental y que requería conectarse con el Perú y más con la prestigiosa Universidad de San Marcos, como lo decía en su español itálico, mientras tomábamos algún café en Lima y planificábamos, más como un gesto de voluntad y nobleza, volver a vernos en algún lugar en el mundo, como cuando nos conocimos en Madrid entre tapas, libros y vinos, reafirmando el valor de la vida, tan maravillosa como fue la suya. Ciao, caro Gianni.

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