TODO SUCEDE POR ALGO (1° PARTE)

Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

Encontrar una razón a lo que hacemos día a día es un imposible, si es que la palabra imposible tiene un significado en nuestro lenguaje. Muchas veces, la mayoría de veces hacemos las cosas “porque simplemente hay que hacerlas”.

Pero por complicada que parezca la existencia, nuestros errores y nuestros aciertos tienen un por qué, tienen una razón en el orden mundial, aunque nuestro entendimiento este muy lejos de esa verdad.

Ya antes les había comentado, todo tiene una razón en el mundo, cada acto tiene un fundamento, cada hecho tiene una razón de ser. Y es que no hay nada casual en el mundo, todo es causal pero nuestro limitado entendimiento de cómo funciona el mundo aun no nos ha permitido delinear los aspectos más íntimos de esta relación causal.

Si empezamos a comprender esta ley importante del funcionamiento del mundo en nuestro interior, en nuestras relaciones interpersonales y en el contexto de nuestro plan de vida, podríamos obtener claras respuestas de por qué la gente se comporta de un modo dado ante las actitudes que tenemos.

En verdad la ley de causalidad nos lleva a completar nuestra visión del mundo como un rompecabezas estructurado de un modo tal que parece hasta imposible que cada acto nuestro tenga un lugar en ese laberinto de posibilidades que parece ser la existencia humana. Pero lo antes dicho no significa que de por si nuestra vida está digitada, lo cual sería un gran error de aquel que nos creó, ya que el concepto de libertad en virtud de la cual elaboramos nuestras acciones cotidianas genera un espíritu de realización en ese rompecabezas en donde las piezas tan disímiles encajan para generan finalmente un espectáculo maravilloso: nuestra vida.

No hay error en nuestras vidas, todo es un acierto lleno de magia y fantasía, lleno de realidades y de encuentros inolvidables en donde los actores principales y los beneficiados de todo ello somos cada uno de nosotros. Pensar de modo distinto sería no sólo erróneo, sería un acto de contrariedad contra lo que realmente somos, seres humanos llenos de vida y creatividad que tienen la capacidad de decidir por el bien o por el mal, por construir o por destruir, por amar o por ser indiferentes a todo aquello que nos rodea y que nos vincula con la existencia de los demás y con aquel que nos dio el regalo bendito de la vida: Dios.

Y si todo sucede por algo, ¿deberíamos de disgustarnos con el destino por los obstáculos qué hallamos en el camino?, ¿no será que el destino nos pone dichos obstáculos para hallar un aprendizaje necesario para afrontar desafíos mayores en un futuro lejano?, ¿no será que la vida a lo largo de su complicada fisonomía requiere que nosotros pasemos por dichas experiencias para entender su grandeza?

De seguro que sí.

Pensar en una vida de continuo aprendizaje, de juzgamiento constructivo de los actos que nos suceden a diario; una vida marcada por señales de bien en todas partes, de ocasiones maravillosas para entender a los demás, de instantes para desarrollar nuestras capacidades o para enfrentar nuestras limitaciones.

¿Qué sería de nuestras vidas si no tuviéramos la oportunidad de enfrentar desafíos, obstáculos o imposibilidades?

¿Qué sería de nuestras vidas si toda la gente obrara correctamente en nuestro entorno?, ¿dónde estaría el aprendizaje, la comprensión, la paciencia?

¿Si no nos equivocaríamos, viviríamos realmente un mundo de perfección?

Todas son peguntas difíciles de explicar aun con la filosofía mas humanista, aun con la más intrincada metafísica.

Si no fuésemos como somos, el mundo que nos rodea no sería como es. Si no tuviéramos todo el abanico de posibilidades que tenemos para comportarnos, el concepto de libertad sería un espejismo. Somos libres para decidir aunque muchas veces lleguemos a creer que no hay posibilidades en la toma de nuestras decisiones, ¡nadie ha atado nuestra mente para decidir siempre de un modo!, somos nosotros, cada uno de nosotros los que tercamente optamos por mantener una decisión que ha demostrado ser ineficaz para solucionar nuestros problemas y aun perseveramos en llevarla a la práctica; somos cada uno de nosotros los actores principales de esta gran obra llamada vida humana y en la cual podemos sembrar flores mientras caminamos o podemos decidir pisar aquellas que fueron sembradas por aquellos que nos antecedieron en el desarrollo de tal capacidad.

Cada uno de nosotros somos seres valientes, que decidimos por bien y que le damos un regalo de bienestar a nuestro ser. Cada uno de nosotros a la vez es un ser lleno de miedos y temores que se esconde detrás de las puertas de la existencia buscando que otro venga a asumir las decisiones o los compromisos que nos competen. Si no enfrentamos nuestros miedos y asumimos nuestros compromisos nos estaremos perdiendo una y otra vez páginas inolvidables de nuestro diario de vida, estaremos dejando de lado pasar oportunidades que quizá no vuelvan para hacer realidad tal o cual sueños que hemos añorado tanto en su realización. Delegar a otros aquello que nos corresponde es delegar nuestra vida y permitir a otro llevarse la felicidad que nos corresponde por derecho, por el solo acto de decidir vivir, pero no, aquí estamos neciamente tratando de evitar el dolor, tratando de no sufrir, cuando el sufrimiento es el vehículo necesario para dar valor a aquel anhelo que pronto puede ser una realidad.

Todo sucede por algo, todo fracaso tiene un aprendizaje envuelto en un sobre de dolor y frustración, es necesario vivir dicha situación para alcanzar ese bien ya que de otra manera no sería posible alcanzar nuestros sueños. Cada sueño, cada anhelo tiene componentes básicos en la escalera de su desarrollo que nos lleva a ellos: esfuerzo, sufrimiento y alegría. Esfuerzo por la constancia que debemos tener para no desfallecer en el intento y por la valentía de no renunciar a ellos pese a los miedos que tuviéramos; sufrimiento por el dolor de cada caída y por la desesperanza que llena nuestras existencias el hecho de ser largo el camino de la realización; y alegría porque cada acto que llevemos a cabo por alcanzar nuestro sueños nos acercará más a él y en ese acercamiento también hay una realización personal y un sueño realizado dentro de un sueño mayor.

Muchas veces nos podemos sentir frustrados por las agresiones que recibimos en nuestro caminar por los senderos muchas veces oscuros del diario existir. Interiorizar esas agresiones como actos conscientes dirigidos a nuestra persona por nuestros prójimos determinará con el paso del tiempo una actitud de rencor y rechazo a nuestro entorno social lo que en términos personales puede significar aislamiento y por ende menos oportunidades de realización. Interiorizar los actos violentos de los seres humanos que nos rodean como actos llenos de agresión y destrucción solo hará que arruinemos nuestras vidas. Lo que nos corresponde hacer como personas que comprendemos la ley de causalidad es interiorizar dichas agresiones como actos equivocados de gente equivocada, de gente que se halla perdida por los senderos de la existencia, de gente que no sabe como avanzar y que va dando golpes a su alrededor para evitar sentirse agredidas y que ignoran que con esos actos pueden dañar a otros.

No interioricemos las agresiones como tal y evitemos catalogar consecuentemente a los seres humanos de nuestro entorno como violentos. Recuerda lo que dijo Jesús de Nazaret hace dos mil años atrás estando ya en la cruz: “Padre, perdónalos por qué no saben lo que hacen”.

Si solo pudiéramos quedarnos con esas palabras en nuestra hoja de ruta, podría ser más fácil llegar a nuestro destino final y a la vez a nuestro nuevo nacimiento: la auto realización.

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